Mucho antes que las concentraciones callejeras, reputadas instituciones independientes de los partidos habían manifestado en sus respectivos informes la necesidad de regenerar el sistema. Pero el stablishment huye del cambio y pone sordina a los intelectuales y a la calle.
Las manifas y concentraciones que han cruzado España en la semana previa a las elecciones del 22 de mayo han conseguido posiciones informativas relevantes en los medios nacionales por que-¡por fin!- han encontrado una noticia que se salía del cansino divagar sobre las consignas electoreras o del recuento de los asistentes a los mítines.
En todo caso y aún a pesar de su escasa relevancia real –¿cuantos dejarán de votar convencidos por los argumentos de los manifestantes?-, las manifas han sido una pequeña muestra de descontento real de la sociedad española no solo contra el Gobierno, sino contra todo el sistema.
Y eso no ha ocurrido de repente, la necesidad de un cambio –regeneración, modificación– ha sido anunciada desde hace muchos meses por españoles de variada condición profesional e ideológica: a bote pronto recuerdo en el último año los informes de la Fundación Everis, de la Fundación Ortega y Gasset, del Colegio Libre de Eméritos y, el último por ahora, del Foro de la Sociedad Civil.
Todos estos informes, que se encontrarán en las respectivas páginas web y cuya lecura recomiendo, comparten una característica: han pasado virtualmente desapercibidos en la opinión, porque unoslibracos de doscientas páginas no merecen la atención de los medios, que en el mejor de los casos los despachan con una foto del acto de presentación.
Pero la clandestinidad no es la única condición común de los meritorios informes; con unas palabras u otras, la primera conclusión de todos ellos es que los partidos políticos han secuestrado a la sociedad española.
Desde que se aprobó la Constitución vigente hemos asistido a un proceso de la fagocitación partidaria del poder judicial, del Parlamento, de los medios de comunicación, de la Universidad, de los sindicatos… De manera que declararse ,y realmente ser, independiente se ha convertido en el más seguro camino de perdedores.
Las terapias propuestas para esta patología de diagnóstico común son variadas. Y está bien que lo sean porque la reforma de la ley electoral, o del reglamento de las Cortes, o de las competencias en educación y sanidad, no debe ser cuestión de aritmética parlamentaria, sino de debate sereno y constructivo por las partes implicadas.
En todo caso, lo que queda claro es que la parte inicial de las manifas callejeras, que reivindicaban asuntos tan sensatos como la supresión de gastos públicos suntuarios, la abolición de privilegios procesales a los políticos, la imprenscribilidad de los delitos de corrupción,etc., son una expresión coincidente con la que habían expresado antes casi un centenar de profesionales reputados e independientes, de forma más civilizada y coherente… Y que pasaron desapercibidos precisamente porque al stblishment ,al que otros dicen tecnoestructura, no le interesa que se cuestione su papel social ni, mucho menos, su poder.
Por eso un servidor se siente antisistema, aunque no haya estado, ni piensa estar en la Puerta del Sol y se haya limitado a leer los informes en su casa.