La palabra zascandil tiene una definición anacrónica en el diccionario de la Real Academia. En su primera acepción, habla de un hombre (¿por qué no una mujer?) ‘despreciable, ligero y enredador’. Es evidente que en el lenguaje coloquial actual nadie utiliza ese término para hablar de un ser ‘despreciable’, sino más bien de una persona un tanto superficial o intrigante, pero con escasa capacidad para hacer daño. Un zascandil viene a ser una especie demetomentodo.
Desde luego, nada que ver con el origen del término, que responde a una onomatopeya formada por las voces ‘zas’ y ´’candil’, nacida cuando un sujeto con aviesas intenciones apagaba de un garrotazo los candiles que iluminaban las vías públicas para robar al incauto transeúnte. Por eso, un zascandil era -ya no lo es- un sujeto sospechoso.
La Real Academia se ha quedado con la vieja acepción, pero debería cambiarla. Exactamente igual que ha hecho el gobernador del Banco de España, que ahora echa en falta instrumentos de supervisión para controlar el déficit público. Textualmente, ha dicho que hay que reforzar los procedimientos de seguimiento y supervisión de la ejecución presupuestaria. Sostiene ahora Fernández Ordóñez que en el caso de que se detecten desviaciones “se debe responder con la rápida puesta en marcha de medidas que las corrijan”.
El actual inquilino del viejo caserón de Cibeles tiene mucho de zascandil en su acepción actual. Dicho sea con todo respeto. Lleva más de 30 años en la vida pública, y desde entonces ha saltado de un lugar a otro como una especie deculo de mal asiento, que diría un castizo. Ora, la política económica; ora, la competencia; ora, el mercado de la energía; ora, la hacienda pública; ora, el látigo del PP en materia económica desde el grupo Prisa… En fin, un largo historia que le ha llevado -como no podía ser de otra manera- a acumular algunas contradicciones. Probablemente no más que otros zascandiles (y supervivientes) de la vida política que sostienen una cosa cuando están en el Gobierno y otra muy distinta cuando están en la oposición. Como se sabe, unviejo vicio de la clase política.
“La experiencia demuestra que la estabilidad [presupuestaria] no se logra por decreto”, decía Fernández Ordóñez cuando era número dos de Solbes. Ahora piensa lo contrario
Un alegato conmovedor
Pero el alegato que hizo este martes en la Comisión de Presupuestos del Congreso, conmueve. O clama al cielo, que se decía en la vieja dramaturgia del XIX. Fernández Ordóñez echa en falta ahora instrumentos para actuar de manera inmediatacontra el déficit, pero obvia que fue precisamente con una ley aprobada cuando él era secretario de Estado de Hacienda (con Solbes como ministro) cuando el Gobierno modificó -para suavizarla, no para endurecerla- la antigua Ley de Estabilidad Presupuestaria.
La ley obligaba a corregir de forma automática los desequilibrios fiscales en el momento de producirse y no ‘a lo largo del ciclo económico’, como se introdujoen la nueva norma. Y con ese objetivo se obligaba a las administraciones públicas a presentar un plan de saneamiento creíble en el momento de aparecer el desequilibrio fiscal.
Fernández Ordóñez fue el padre de la nueva criatura. Solbes también, pero ya se sabe que la autoridad nunca ha sido el fuerte del vicepresidente. “La experiencia demuestra que la estabilidad no se logra por decreto”, decía el gobernador en este impagable artículo publicado en una revista oficial -Información Comercial Española- en noviembre de 2005. Pero no sólo eso. En un arranque de sinceridad, el gobernador aseveraba que “la fijación de un objetivo de equilibrio año a año, sin tener en consideración la fase del ciclo económico, carece de fundamento económico”. Y para rematarlo sostenía que el objetivo de estabilidad de cada región “se establecerá a través del diálogo bilateral previo entre el Estado y cada comunidad autónoma sobre su propuesta de objetivo”.
Como se ve muy lejos del tono coercitivo que quiso impone el gobernador el martes en su comparecencia parlamentaria. ¿Qué ha cambiado? Pues simplemente el hecho de que el gobernador se ha dado un baño de realidad y ya no ejerce de zascandil de la vida económica. Bienvenido.
MIENTRAS TANTO, Carlos Sánchez