Media hora antes de que cerraran los colegios electorales de Venezuela, Hugo Chávez enviaba por su blackberry el siguiente mensaje a través de Twitter: “Bueno… Ahora entramos en la 3ra Fase: !A PASO REDOBLADO! Esto significa ACELERAR EL ARROLLAMIENTO Y LA DEMOLICION! A echar el resto,pues”.
¿Blackberry? ¿Twitter? En realidad, al presidente sólo le faltó decir, “OK: go ahead my boys”.
La relación de Hugo Chávez con Estados Unidos es como la del resto de la humanidad: inevitable. En los latinoamericanos hay además algo de envidia, de admiración, de recelo y de complejo de inferioridad. Es el amor-odio de los latinoamericanos por los norteamericanos.
Envidia porque desde que Estados Unidos se independizó, en 1773, el resto de América siguió su ejemplo, a lo cual ayudó la política exterior norteamericana, que así creaba un escudo sanitario contra las monarquías europeas. En algunos países se construyeron las instituciones calcadas a Estados Unidos, que a su vez, imitaba a la vieja Roma. Los capitolios de La Habana, Caracas, Buenos Aires y Bogotá eran réplicas del Capitolio de Washington, elevado en 1880.
Recelo porque Estados Unidos no se ha dedicado solo a liberar a las viejas colonias iberoamericanas de sus yugos europeos, sino que ha desatado guerras, ha robado territorios (a México), ha quitado y puesto presidentes, y seguramente ha estado detrás de buena parte de los pronunciamientos, golpes de estado y rebeliones. EEUU también ha explotado muchos recursos naturales de esas tierras (desde petróleo a frutas) pagando muy poco dinero, los famosos royalties.
Admiración porque dos siglos y medio después de su independencia, EEUU es la potencia planetaria. Han creado un sistema económico, político y social tan desarrollado que las migraciones no son de norte a sur, sino de sur a norte. Todos los iberoamericanos (los ricos a estudiar a Harvard, los pobres, a la recogida de la fruta) quieren ir al paraíso norteamericano, cueste lo que cueste.
Y complejo de inferioridad porque el resto de América sigue como en el año 1 de la independencia, a veces peor, a veces un poco mejor. Pero no acaban de resolver sus problemas. Consumen productos norteamericanos, cine norteamericano, coches norteamericanos, comida norteamericana, pero se pasan todo el día criticando el imperialismo yanqui. La prueba es Chávez: Venezuela depende de EEUU hasta para enviar consignas por la red.
A Chávez, como a cualquier mandatario, le gustaría no depender tanto de EEUU y desarrollar una industria nacional potente y competitiva. Eso es legítimo y además es una buena idea porque una economía más independiente es más libre. Los franceses son expertos en esta estrategia: sienten un gran orgullo de su industria nacional, sean aviones, barcos o comida. Pueden negociar en mejores condiciones. Los alemanes también: tienen una gran industria nacional.
Pero Venezuela no solo no la tiene, sino cada vez es peor. ¿A qué se debe eso? A que Chávez quiere competir con el capitalismo norteamericano implantando el socialismo marxista. La palabra capitalismo suena de por sí como algo perverso, y desde luego, tiene muchas perversiones. Pero la economía de mercado ha permitido que las compañías norteamericanas estén entre las más poderosas del mundo.
¿En serio cree Chávez que se puede competir con la descollante actividad empresarial norteamericana implantando células socialistas en la agricultura, en las cafetera, en los supermercados, en las compañías de seguros?
El 1 de octubre Cuba empezará una gran reforma económica. Y ha escogido el camino de la economía de mercado, no de socialismo marxista. Castro reconoció que ese socialismo no sirve ni para Cuba.
Más aún. Lo que ha hecho a China una superpotencia económica ha sido su apertura a la economía de mercado. El comunismo no funciona desde el punto de vista económico. Pero Chávez piensa que sí funciona.
Lo único que va a conseguir Chávez, cuyo mandato presidencial se someterá a votación dentro de dos años, es llegar a esas elecciones presidenciales con un país semidestruido económicamente, sin tejido, pero al cual le ha tocado la lotería del petróleo. Su dependencia de EEUU será incluso mayor pues es su mayor cliente petrolero. Es decir, 12 años de antiimperialismo no habrán servido de nada.
¿Blackberry? ¿Twitter? En realidad, al presidente sólo le faltó decir, “OK: go ahead my boys”.
La relación de Hugo Chávez con Estados Unidos es como la del resto de la humanidad: inevitable. En los latinoamericanos hay además algo de envidia, de admiración, de recelo y de complejo de inferioridad. Es el amor-odio de los latinoamericanos por los norteamericanos.
Envidia porque desde que Estados Unidos se independizó, en 1773, el resto de América siguió su ejemplo, a lo cual ayudó la política exterior norteamericana, que así creaba un escudo sanitario contra las monarquías europeas. En algunos países se construyeron las instituciones calcadas a Estados Unidos, que a su vez, imitaba a la vieja Roma. Los capitolios de La Habana, Caracas, Buenos Aires y Bogotá eran réplicas del Capitolio de Washington, elevado en 1880.
Recelo porque Estados Unidos no se ha dedicado solo a liberar a las viejas colonias iberoamericanas de sus yugos europeos, sino que ha desatado guerras, ha robado territorios (a México), ha quitado y puesto presidentes, y seguramente ha estado detrás de buena parte de los pronunciamientos, golpes de estado y rebeliones. EEUU también ha explotado muchos recursos naturales de esas tierras (desde petróleo a frutas) pagando muy poco dinero, los famosos royalties.
Admiración porque dos siglos y medio después de su independencia, EEUU es la potencia planetaria. Han creado un sistema económico, político y social tan desarrollado que las migraciones no son de norte a sur, sino de sur a norte. Todos los iberoamericanos (los ricos a estudiar a Harvard, los pobres, a la recogida de la fruta) quieren ir al paraíso norteamericano, cueste lo que cueste.
Y complejo de inferioridad porque el resto de América sigue como en el año 1 de la independencia, a veces peor, a veces un poco mejor. Pero no acaban de resolver sus problemas. Consumen productos norteamericanos, cine norteamericano, coches norteamericanos, comida norteamericana, pero se pasan todo el día criticando el imperialismo yanqui. La prueba es Chávez: Venezuela depende de EEUU hasta para enviar consignas por la red.
A Chávez, como a cualquier mandatario, le gustaría no depender tanto de EEUU y desarrollar una industria nacional potente y competitiva. Eso es legítimo y además es una buena idea porque una economía más independiente es más libre. Los franceses son expertos en esta estrategia: sienten un gran orgullo de su industria nacional, sean aviones, barcos o comida. Pueden negociar en mejores condiciones. Los alemanes también: tienen una gran industria nacional.
Pero Venezuela no solo no la tiene, sino cada vez es peor. ¿A qué se debe eso? A que Chávez quiere competir con el capitalismo norteamericano implantando el socialismo marxista. La palabra capitalismo suena de por sí como algo perverso, y desde luego, tiene muchas perversiones. Pero la economía de mercado ha permitido que las compañías norteamericanas estén entre las más poderosas del mundo.
¿En serio cree Chávez que se puede competir con la descollante actividad empresarial norteamericana implantando células socialistas en la agricultura, en las cafetera, en los supermercados, en las compañías de seguros?
El 1 de octubre Cuba empezará una gran reforma económica. Y ha escogido el camino de la economía de mercado, no de socialismo marxista. Castro reconoció que ese socialismo no sirve ni para Cuba.
Más aún. Lo que ha hecho a China una superpotencia económica ha sido su apertura a la economía de mercado. El comunismo no funciona desde el punto de vista económico. Pero Chávez piensa que sí funciona.
Lo único que va a conseguir Chávez, cuyo mandato presidencial se someterá a votación dentro de dos años, es llegar a esas elecciones presidenciales con un país semidestruido económicamente, sin tejido, pero al cual le ha tocado la lotería del petróleo. Su dependencia de EEUU será incluso mayor pues es su mayor cliente petrolero. Es decir, 12 años de antiimperialismo no habrán servido de nada.