@Antonio Casado - 19/02/2008
A pesar de los esfuerzos del PSOE y del PP por evitarlo, Kosovo ya es asunto de política interior. Se podía haber evitado, pero Vladimir Putin soltó la liebre. El dirigente ruso, totalmente adverso a la independencia de la ya ex provincia serbia, mencionó el País Vasco como otro enclave europeo que podría apuntarse al precedente kosovar para reclamar su propio Estado. El balón de Putin lo remató veinticuatro horas después el Gobierno vasco: "Un ejemplo a seguir", sentenció su portavoz, Miren Azcárate.
Un sector de los nacionalistas vascos, catalanes o gallegos -hablo con rigor, pues no todos quieren la independencia-, sueñan con convertir sus respectivos territorios en unidades de destino en lo universal. Lo sabemos. Por tanto, aprovecharán el paso del Pisuerga por Kosovo para volver a darnos la tabarra con el derecho de autodeterminación de los pueblos. Lógico. En cambio, no es lógico, ni previsible, ni razonable, que el propio Gobierno de la Nación les dé licencia para fantasear.
Ese es el efecto perverso de la contradictoria posición oficial de España que, recordamos, consiste en rechazar la independencia de Kosovo al tiempo que mantiene su oferta de colaborar en la formación del nuevo Estado. La lógica europea de nuestra política exterior nos sitúa junto a Francia, Alemania y el Reino Unido. En este caso, también junto al aliado norteamericano. Con todos ellos, bajo paraguas de la ONU, la UE y la OTAN, hemos venido formando un frente común en los Balcanes, cuyo último paso es apadrinar al nuevo Estado.
Ese es nuestro sitio, a mi juicio. Pero una mal entendida lógica nacional ha llevado a España a desmarcarse con los argumentos habitualmente utilizados para rebatir las fantasías de ciertos sectores del nacionalismo vasco y catalán. Fundamentalmente, uno: que la secesión, o la declaración unilateral de independencia, atenta contra la legalidad internacional. Es el pretexto esgrimido ayer por el ministro Moratinos ante sus colegas europeos para justificar la decisión española de no reconocer al nuevo Estado.
¿Qué es lo que tiene de malo esta posición? Pues que está dictada por el miedo al contagio y, por tanto, transmite debilidad. Sin embargo, hasta ahora ni el Gobierno socialista ni el PP -ay, la campaña-, se han tomado la molestia de explicar en serio que Kosovo no tiene absolutamente nada que ver con el País Vasco, Cataluña o Galicia. Años luz entre la pretensión secesionista en un país democrático y legítimamente constituido y este penoso resto del naufragio yugoeslavo, con una memoria de guerra civil tan reciente.
La inefable declaración europea de ayer, considerando sui géneris la independencia de Kosovo, a la luz de la legalidad internacional, no le ha servido a España para apearse de su posición adversa. Moratinos reiteró que España no reconocerá al nuevo Estado. Por temor a que cunda el ejemplo en nuestro país. O así al menos lo han entendido las opiniones públicas europeas, sobre todo a juzgar por la insistencia de Moratinos en lograr de la UE una declaración en la que se trate a Kosovo como una "excepción" del Derecho Internacional.
Y uno se pregunta humildemente: ¿No hubiera sido más coherente, y con menos coste político, apoyar la independencia de Kosovo y defender con convicción que el caso no guarda ni de lejos ningún parecido con el País Vasco o Cataluña?