@Carlos Sánchez - 26/02/2008
Zapatero y Rajoy se empeñaron ayer en demostrar a la opinión pública que sus políticas son radicalmente distintas. Y es verdad que ambos han mantenido posiciones algo más que distantes -cabría hablar de antagónicas- en cuestiones verdaderamente relevantes para el país como son la estructura territorial del Estado, la lucha contra el terrorismo o la inmigración. Sin embargo, tras el debate de ayer, y dado que se impuso la política del retrovisor (el célebre '…y tú más'), la sensación que queda es que no se confrontaron dos modelos de sociedad distintos, tan sólo dos aproximaciones radicalmente diferentes respecto de asuntos importantes para la vida cotidiana, pero intrascendentes en términos estratégicos. O ideológicos, como se prefiera.
Varios ejemplos. Sorprende que en un debate de estas características nadie plantee una alternativa fiscal más allá de la manida bajada de impuestos. Que se sepa, uno de los aspectos clave que sirven para catalogar los diferentes modelos sociales se refiere a la política fiscal. Sin embargo, ayer la media España que vio el debate se quedó con las ganas de saber si al PSOE le gustan más los impuestos directos que los indirectos. O cual es el nivel óptimo de gasto público. O qué hacer para que las rentas altas paguen impuestos. Y qué decir de la redistribución de la riqueza. ¿Oyó alguien decir a alguno de los candidatos que esa sería una de las prioridades de su política económica?
No, no se habló en esos términos porque en el fondo no hay planteamientos radicalmente alternativos. Zapatero se aleja cada vez más del modelo socialdemócrata que impera en los países escandinavos (confunde las subvenciones con las políticas redistributivas a través de los impuestos); mientras que Rajoy, por coherencia con su ideología, plantea un modelo de corte anglosajón en el que los impuestos son exclusivamente un instrumento para el crecimiento económico, pero no una herramienta de extraordinaria utilidad para garantizar la igualdad de oportunidades y reequilibrar los desajustes del mercado. En fin, un prodigio de insolidaridad.
Esta ausencia de políticas estratégicas se mostró, si cabe, con mayor nitidez en un asunto central que define el modelo social. Mientras que Zapatero aborda el sistema educativo como un problema de naturaleza estrictamente financiera ("usted no financió la educación para los niños de 3 a 6 años"), lo que hizo Rajoy es hablar simplemente del fracaso escolar tirando del consabido informe Pisa, pero sin cuestionar que el sistema educativo no es más que un reflejo del tipo de sociedad que existe. Un mero espejo de la realidad. De verdad, ¿no es un tema preocupante que lo que se gasta el Estado por las mañanas en educación se dilapide por las noches en televisión con unas programaciones groseras dirigidas especialmente a los jóvenes? Para que haya un buen sistema educativo se necesitan padres preocupados por la educación de sus hijos que no lleguen a las diez de la noche de trabajar, lo cual exige un modelo productivo más racional no basado exclusivamente en los bajos salarios. Y el modelo económico que se propone es incompatible en la mayoría de los casos con ese planteamiento.
Más ideología, menos gestión
De nada de eso se habló ayer en el debate. Tampoco de justicia o de sanidad, sin lugar a dudas dos asuntos extraordinariamente importantes. Pero no para hablar en términos de gestión hospitalaria, sino en términos ideológicos. No es lo mismo una sanidad pública que una privada; como no es lo mismo una justicia que favorece a los ricos que pueden pleitear y perjudica a los ciudadanos que no tienen dinero para hacerlo.
Y qué decir de la calidad del sistema democrático. Es de recibo que ni Zapatero ni Rajoy no hablen ni una sola palabra de un sistema electoral no sólo injusto aritméticamente por la distribución de escaños, sino que convierte a los diputados y senadores en simples funcionarios de partido.
Nadie se acordó de estos temas. Ni de muchos otros que definen un determinado modelo social. Probablemente, porque las diferencias entre los grandes partidos son mucho menores de lo que se quiso ayer poner de relieve en el debate. Eso sí, ninguno de los dos candidatos salió derrotado, lo cual convierte en más interesante la segunda entrega. Esperemos que actualicen su política de prioridades mirando más al futuro que al pasado, un viejo vicio de este país que por lo que se ve no desaparece.