@Jesús Cacho - 04/02/2008
El líder del PP, Mariano Rajoy, que, como aquellos coches de gasoil de otras épocas, es de reacción retardada, ha dejado pasar varios días antes de decir algo coherente en torno al escándalo de Iberdrola que se avecina. La tardanza es tanto más llamativa cuando que lo que ha terminado por decir era de carril, es decir, está en línea con la doctrina tradicional en la materia de un partido dizque liberal como es el PP: que no se puede aceptar que una empresa pública extranjera quiera hacerse con el control de una empresa privada española en un sector estratégico como es el de la energía.
El asunto, ya digo, es de carril, y se convirtió en doctrina oficial durante las dos legislaturas Aznar: cuando se trata de un sector estratégico, no es de recibo que una empresa pública extranjera se haga con la propiedad de una española, haya sido o no privatizada con anterioridad. Porque lo menos que se puede pedir es reciprocidad. Y la historia de la eléctrica francesa es de sobra conocida. EDF es el Estado francés a palo seco, con el mayor parque de energía nuclear de la UE, parque responsable de la seguridad del abastecimiento energético de Francia, razón por la cual el Eliseo no tiene empacho en manifestar que EDF nunca podrá ser privatizada: los intereses estratégicos de Francia están en juego.
En la perspectiva del riesgo de bloqueo energético que se yergue sobre la UE a cuenta del papel estratégico que juega la Rusia de Putin, convertida, a través de grupos como Gazprom, en llave de paso del gas y el petróleo que consume la Unión, EDF ha decidido, siempre con el respaldo del Estado galo, convertirse en un competidor global, un gigante europeo con capacidad para intervenir en los mercados. Tan ambicioso objetivo no debería ser motivo de preocupación para España y los españoles si estuviéramos hablando de una política energética común europea, necesitada de dos o tres grandes grupos transfronterizos con capacidad para competir con gigantes como Gazprom. Por desgracia eso no es así, y aquí cada país barre para su casa con una hipocresía sin límites, de la que es maestro el sector público francés.
En este contexto, Florentino Pérez se ha dedicado a pasearse en los últimos tiempos por París (EDF) y Francfort (E.On) vendiendo un problema particular: su deseo de venganza contra el tipo que se ha interpuesto en sus planes de rentabilizar la cuantiosa inversión efectuada en otra eléctrica, Unión Fenosa. La asignatura se la ha explicado la italiana Enel, que acaba de hacerse con la otra gran empresa española del sector con la ayuda del mismísimo Gobierno Zapatero, y el señor Pérez tiene la lección bien aprendida. Pocos como él con más experiencia para manejar los hilos de la política española, sea PSOE o PP quien ocupe el Gobierno.
Hablamos de lo de siempre, de corrupción a gran escala, corrupción institucional, donde lo último que importa son los intereses generales, es decir, el bolsillo de los consumidores. Se trata de que el rico madrileño de turno haga su negocio, se haga más rico todavía, con la ayuda del favor oficial. Negocios a la sombra del poder político, una historia tan vieja como la vida misma, tan podrida como esta España de la corrupción galopante. Por detrás, un reguero de comisiones, porque estas operaciones, esas voluntades que hay que comprar, no son baratas, que hay que pagarlas muy caras.
Estamos, sí, en lo de siempre. En el silencio cómplice de los grandes medios de comunicación, de tantos y tantos plumillas para quienes lo que está en juego no pasa de ser una divertida batallita entre dos señores muy listos, muy ricos y muy poderosos, sin la menor consecuencia para el pueblo soberano. Es evidente que el señor Sánchez Galán no es la madre Teresa de Calcuta. El presidente de Iberdrola ha dejado muchos cadáveres por el camino, en realidad ha dejado tantos que si se agruparan a la puerta de la nueva sede de la eléctrica en el madrileño Campo de las Naciones la cola daría la vuelta a la redonda abrazando la M-40.
Pero aquí no estamos hablando de si Sánchez es más simpático que Pérez. Aquí no se trata de saber quien mea más lejos. Estamos hablando de los intereses estratégicos de España y de lo que más conviene al bolsillo de los consumidores españoles. Y parece evidente que, con Endesa inevitablemente troceada a fecha fija –dos años a lo sumo-, contar con dos grandes grupos eléctricos en manos españolas siempre será mejor que contar con uno solo. Por una simple cuestión de competencia. Me refiero a la Iberdrola actual, operando por su lado, y al gran grupo que podría formarse, operación de libro, mediante la fusión de Fenosa, Gas Natural y la propia Repsol.
Al fin y al cabo esa fue la doctrina que llevó a Rodrigo Rato en el año 98 a frustrar, ¡que enorme equivocación, una más, del señor Rato!, la gran fusión entre Endesa e Iberdrola que con tanto ahínco persiguió Iñigo Oriol. Pero la perspectiva de esos dos grandes grupos no le gusta al señor Pérez, eso no le conviene porque le priva del correspondiente pelotazo. Y aquí se trata de dar pelotazos, siempre a la sombra de La Moncloa. De modo que ahí estamos, esperando a ver de qué lado cae la bolita de la suerte el próximo 9 de marzo.
¿Y el PP? ¿Qué hace el PP? ¿A qué se debe el silencio del PP en este asunto? El Partido Popular sigue enredado en las sotanas, obtusamente decididas a hacer perder las elecciones a Mariano Rajoy. Es verdad que Sánchez Galán tampoco es el mejor amigo de Manuel Pizarro, pero, que se sepa, usted no ha dado el salto a la política, don Manuel, para saldar viejas cuentas pendientes. Por fin, albricias, Rajoy ha dado señales en vida. Ha sido en Valladolid: "estoy radicalmente en contra de que una empresa modelo como es Iberdrola y que tiene accionistas españoles, pueda acabar en manos francesas". ¿Será verdad?