CON LUPA
Periodismo en libertad, casi nada
@Jesús Cacho - 24/03/2008
Empieza la legislatura. Cuatro años más de un Gobierno Zapatero cualitativamente distinto, nacido de unas elecciones ganadas en buena lid, sin el trauma emocional que en 2004 significó para la sociedad española la terrible matanza del 11-M, y un Gobierno, por tanto, no exento de interesantes expectativas. Es verdad que cuatro años es tiempo sobrado para conocer las habilidades de un personaje como el que nos ocupa, sometido todos los días a escrutinio público, pero las circunstancias de esta normalidad, desaparecida la anormalidad radical del 11-M, debería permitir al político leonés mostrar a los españoles una dimensión distinta al ramplón radicalismo populista por él exhibido en los cuatro años pasados. ¿Hay algo más tras la máscara de la dulce sonrisa?
Quiero decir con ello que José Luis Rodríguez Zapatero está ahora en posición de ser, o al menos tratar de serlo, el presidente del Gobierno de todos los españoles y no solamente de la mitad. Es decir, está en situación de trabajar en la búsqueda sincera de consensos en torno a los grandes temas de Estado que España tiene planteados, en lugar de hacerlo a favor de las aspiraciones secesionistas de los grupos minoritarios nacionalistas a los que imperiosamente necesitaba para gobernar. Por ello, y por dura que resulte la experiencia reciente con el personaje, se abre un cierto margen a la esperanza de que tras la sonrisa a lo Monalisa exhibida estos años se esconda algo distinto, un cierto sentido de Estado, alguna voluntad de cerrar heridas, restañar consensos, rehacer el maltrecho edificio constitucional sobre la base de esa regeneración democrática que reclaman desde hace más tiempo las mentes más lucidas de entre nosotros.
Es obvio que, con los 169 diputados con que ahora cuenta, Zapatero va a poder gobernar como si dispusiera de mayoría absoluta, sin el dogal del nacionalismo radical y con un Partido Popular que ha llegado ya, por la vía de los hechos consumados, a un evidente fin de ciclo, forzado por tanto a abordar una renovación radical de personas y mensajes. Al PP no le va a quedar más remedio, ahora sí, que emprender la travesía del desierto a la que se negó tras la derrota de marzo de 2004. Al final, el problema del PP no está, no ha estado tanto en Acebes, Zaplana y demás compañeros mártires, como en Mariano Rajoy, ergo en el dedazo sucesorio de José María Aznar y en el descrédito que entre amplios sectores de la población ha dejado el recuerdo de los dos últimos años de Gobierno Aznar, lo que, en términos ideológicos, equivale a hablar de la ausencia de democracia interna que sufre un partido cuyo estilo, cuya forma de presentarse a la sociedad, cuyo programa incluso, se han quedado viejos, incapaces de conectar con no pocas capas de población española.
Todo el PP actual sigue despidiendo un inconfundible aroma a añejo. Los años de Gobierno Aznar siguen dominando el paisaje emocional de la derecha como los restos de un naufragio, sin que aparentemente nadie de entre sus filas sea capaz de dictar el epitafio y declarar en plaza pública que aquel tiempo pasó, que aquella parafernalia está muerta y bien muerta, todo amortizado, el gasto provisionado en el balance de un partido que, de contar con una gerencia inteligente, emprendería de inmediato el saneamiento radical de la empresa, dispuestos a empezar de cero o casi. Confieso que la perrea, por aludir a la expresión de moda, que les ha entrado a algunos predicadores periodísticos de la derecha con la dimisión de Mariano Rajoy, un Rajoy al que tantas y tantas ocasiones encumbraron a los altares, me obliga a ser prudente y no reclamar su retirada inmediata, por más que esté claro que el de Pontevedra carece de algunas de las elementales virtudes, trucos o habilidades de imprescindible curso legal para ganar unas elecciones.
En el lote de esa renovación debería entrar la práctica totalidad de los dirigentes de la ínsula Barataria madrileña, con la señora condesa a la cabeza. Solo quienes siguen interesados en continuar medrando a su sombra pueden sostener que con ella podría el PP llegar a La Moncloa. Su imagen fuera de la Comunidad de Madrid está tan ligada al estereotipo más duro de la derecha española que difícilmente con ella podría el partido superar la barrera de los 140 diputados. Y, naturalmente, en el lote debería figurar el señor alcalde de la capital, cuyo comportamiento tras el episodio a cuatro de la calle Génova le priva de todo crédito para el elector con un mínimo discernimiento. Lo dijimos hace escasas fechas y resulta pertinente repetirlo: Desde hace años sabemos ya quién es el Almunia del PP; queda por saber quién será su Zapatero.
Y el Zapatero del PP es seguramente un/a joven treintañero/a, titulado/a superior, con idiomas, con alguna experiencia en gestión empresarial y sin ningún tipo de complejos, dispuesto/a a representar a una derecha liberal no conservadora capaz de conectar de forma natural con las aspiraciones de aquellas capas de la sociedad española donde chirría la imagen de un PP anclado en las riberas ideológicas del aznarismo. Tiene toda la razón la diputada autonómica Montserrat Nebrera, cuando reclama una "regeneración total" que, en mi modesta opinión, debería empezar por la práctica de algo tan saludable como la democracia interna en la cúpula de la calle Génova.
Si quieren que les diga la verdad, soy muy pesimista sobre las posibilidades de que Rajoy y su equipo vayan a poner en marcha un proceso de regeneración semejante. Por desgracia, con el pecado llevará la derecha española su penitencia: volver a perder en 2012, alejando sine die la posibilidad de regresar al poder. Con todo, el problema no es el PP, un partido que ha terminado por convertirse en el medio de vida de una pequeña oligarquía política reacia a apearse de un burro –es alucinante que un hombre como Arenas diga ahora que se va de la política nacional para concentrarse en la andaluza, donde lleva años perdiendo elección tras elección ante ese genio llamado Manolo Chaves- que, incluso en la oposición, otorga poder, influencia y gabelas sin cuento, sino la sociedad española, huérfana de esa derecha liberal no conservadora a la que quiere poder votar o seguir votando.
Desde este diario, y en la medida de nuestras fuerzas, que cada día son más –El Confidencial, que hace escasas fechas celebró como la ocasión merecía haber alcanzado la cota de las 300.000 visitas diarias, se despide esta semana de su austera, casi monacal, sede en Fernández Cid, para ocupar una nueva en la calle Tórtola número 15, en Prado del Rey, Somosaguas, donde sus casi 40 redactores podrán disfrutar de un entorno de trabajo más estimulante, seguiremos a lo largo de esta legislatura apoyando cualquier proceso de cambio que coadyuve al surgimiento de esa derecha moderna que el país necesita. Y lo haremos desde la libertad de criterio de quien no tiene que dorar la píldora a éste o aquél, porque no aspira a gabela de ningún tipo. Lo haremos simplemente porque creemos que es lo mejor para España. Y lo haremos de la mejor forma que sabemos: haciendo periodismo en libertad. Casi nada.