Felipe González o el totalitarismo de la lógica histórica
El insulto que Felipe González dedicó a Mariano Rajoy esta semana, cuando le llamó "imbécil", hizo correr ríos de tinta en los que, sin embargo, no abundó una reflexión sobre la posible explicación de tan desdeñosa actitud. En generosa simetría, el propio González lo explicó en un artículo en El País sobre la igualdad, que en pocos trazos dibujó el perfil totalitario esencial del socialismo:
La lucha por la igualdad de derechos que iniciaron las sufragistas y que continúa hoy con medidas de discriminación positiva y con leyes sobre la paridad... la lucha... se mantiene hoy por las atávicas resistencias de los neoconservadores que siguen viendo a la mujer con roles subordinados a los hombres... [se necesita] un nuevo enfoque para orientar las políticas públicas, los comportamientos empresariales y la actitud sociocultural del conjunto de los ciudadanos... Son tan incomprensibles la resistencia a las leyes de paridad como los intentos de retrotraer a las mujeres a papeles que se corresponden con modelos sociales y productivos de otras épocas, para ocultar el atávico deseo de dominio y hegemonía de los hombres... Todo ello está dentro de la lógica histórica que enfrenta a los reaccionarios con los progresistas.
Las sufragistas lucharon por el derecho al voto, a la igualdad ante la ley, pero González salta de ahí a la falaz igualdad socialista, que es la igualdad mediante la ley, que llama "lucha" al recorte de libertades y a bloquear la posibilidad de que las personas, en este caso las mujeres, puedan abrirse camino en franca y digna competencia, obligándolas en cambio a subordinarse al poder.
Para González, en cambio, todo el que se oponga es un resistente atávico, y por tanto habrá que "orientar" su conducta, por ejemplo, forzándolo mediante la ley a que contrate a mujeres por ser mujeres y no por ser capaces, una medida que a la vez limita la libertad y degrada a las mujeres. Al ex presidente le parece mal el dominio y la hegemonía de los empresarios o de los hombres. Lo que nunca le parece mal es el dominio y la hegemonía del poder político sobre empresarios y trabajadores, mujeres y hombres, "el conjunto de los ciudadanos". Se puede decir más alto, pero no más claro.
Y ¿de dónde viene toda esta fatal arrogancia, que diría Hayek?
Pues de la más primaria pretensión socialista: la de conocer la historia. Las leyes y la lógica de la historia son monopolio socialista: de ahí que se autodenominen "progresistas" y crean que todo lo que aprueban son "avances" y lo que desaprueban, "retrocesos".
Si uno está tan arrebatado por la soberbia como para pensar realmente que conoce a ciencia cierta la dinámica de la historia, y por tanto es capaz de separar precisamente a la humanidad entre buenos y malos, progresistas y reaccionarios, entonces con toda naturalidad usurpará vidas y libertades, obstruirá contratos voluntarios, y se meterá en los consejos de administración de las empresas para impedir que los propietarios adopten las decisiones que deseen. Por supuesto, no admitirá que su gestión de gobierno –corrupción, paro, impuestos– fue deplorable. Y, evidentemente, llamará imbécil a cualquiera que ose oponerse.