NOTA DE Vredondof:
¡¡Como escribe Jesus Cacho !! ... no obstante , tambien hay que reconocer que estos dos elementos se lo estan poniendo "aguevo".
CON LUPA
Una campaña sin grandes cuestiones, un país sin calidad democrática
@Jesús Cacho - 03/03/2008
Testigos del debate electoral celebrado el lunes 25 de febrero cuentan que no habían visto nunca tanto odio acumulado en dos personas como el que José Luis Rodríguez y Mariano Rajoy exhibieron en el corto descanso de aquel primer cara a cara, moderado por Campo Vidal. Seis minutos en los que no sólo no se hablaron, sino que ni siquiera se dirigieron la mirada, ofuscados, tensos, como si no existieran el uno para el otro, dispuestos a ignorarse hasta el fin de los tiempos. El uno, porque subido en la ola de adulación al Presidente de turno, aún no se había repuesto de la sorpresa de un Rajoy que le había robado la cartera en aquella primera mitad. El otro, porque es tal el desdén intelectual que le merece la liviandad del leonés que no puede dejar de manifestarlo en todo momento.
Odio y desprecio mutuo porque se trata de una pelea por el poder. Pura y descarnada pelea por el Poder. Vanidad de vanidades, egolatría al por mayor, pedestal desde el que infundir respeto y temor, capacidad para influir en la vida de los demás. Puro viento, verdura de las eras. Pero nada que tenga que ver con los cambios de fondo que necesita, pide a gritos, la democracia española, cambios resumidos en esa genérica apelación a la regeneración de la vida democrática o, si quieren, a la mejora sustancial de la paupérrima calidad de la democracia española. Las grandes cuestiones de fondo se están hurtando a los electores, que parecen conformarse con la baratijas de curso legal que se expenden en todo mitin que se precie. Timo del gato por liebre.
El candidato Zapatero, el aventurero impaciente que en 2004 abrió el melón de la reforma constitucional para cerrarla precipitadamente después de que el Consejo de Estado, a pedido del propio ZP, emitiera un dictamen recordándole algunas verdades elementales, se embarcó a continuación –en secreto y de espaldas al pueblo soberano- en una reforma del Estatuto catalán de tono abiertamente Confederal, que abrió la caja de los truenos autonómica, y detrás del cual vinieron otros. Hasta el más lego sabe que ese nuevo Estatuto, sea o no sancionado por el Constitucional (TC), no es la estación término de nada, sino un simple apeadero en el largo viaje de las elites nacionalistas hacia la secesión, en un proceso imparable –a cuenta de la clase política que padecemos- de debilitamiento del Estado y desvertebración de la nación, como el referéndum planteado en el País Vasco por el camarada Ibarretxe para este mismo año se encarga de recordarnos.
Como dice el profesor Sosa Wagner (El Estado Fragmentado - Editorial Trotta) "nunca debió iniciarse el banquete estatutario sin un acuerdo previo de todos los comensales, y menos hacerlo movido por exigencias coyunturales de apoyos políticos y parlamentarios (...) Que un extremo geográfico de España quiera arreglarse su "asunto" de forma individual y de la manera que le resulte más rentable, forma parte de las humanas ambiciones y del cabildeo político local, pero que esa actitud se respalde por quienes representan al Estado en su conjunto es una manifestación de ligereza cuyo exacto alcance el futuro irá desvelando poco a poco". Pues bien, esa especie de bombero pirómano que a partir de marzo de 2004 se puso al frente del batallón de derribos del Sistema salido de la Transición, este genio que ahora se ha propuesto él solito –recuerden que ya se comprometió a acabar con la sequía- arreglar el problema del cambio climático, no ha dicho una palabra durante toda esta campaña sobre tan esenciales cuestiones de futuro.
A cambio de un debate a fondo sobre las grandes cuestiones nacionales, empezando por esa reforma en profundidad de la Constitución del 78 que enderece la deriva de una nave colectiva que navega con rumbo de colisión a plazo fijo, que frene las ansias nacionalistas, cohesione a la nación y devuelva al Estado competencias que nunca debió perder –amén de volver del revés la actual Ley Electoral-, Zapatero nos propone, y el vulgo mansamente asume, el gato por liebre de la reinterpretación de nuestra Historia reciente ("memoria histórica", lo llaman), la igualdad entre sexos, los derechos de los homosexuales, la alianza de civilizaciones, el cierre de la capa de ozono y otras baratijas de una época sin ideología.
Y Mariano Rajoy acepta el engaño, entra a ese trapo porque, en el fondo, lo que de verdad le interesa es el Poder, hasta el punto de pretender recuperarlo en 2008 con el mismo equipo que lo perdió en 2004. Del pecado de escamotear a los españoles los problemas de fondo es también culpable, en mi opinión, Rajoy. Si el próximo domingo pierde las elecciones, como parecen indicar las encuestas, habrá perdido por partida doble: perdido ese Poder que ansía en el corto plazo, y perdido una gran oportunidad para haber recorrido pueblos y ciudades hablando a los ciudadanos de la deriva de España hacia la balcanización, de la jibarización del Estado a cuenta del apetito insaciable de los nacionalismos, de la ausencia de libertades básicas en buena parte del territorio, del estado comatoso de la Justicia, de la corrupción galopante que se ha adueñado de la España del boom inmobiliario, de la postración de unos medios de comunicación cada vez más sectarios, y de tantas cosas más que tienen que ver con la calidad de vida democrática, que es, al fin y a la postre, lo determinante en la vida de los ciudadanos.
Es un escándalo que ninguno de los dos grandes partidos haya dicho todavía nada de lo ocurrido con la Sala Segunda del TC en relación al caso Albertos, salvo la cínica y oportunista salida del FGE, Conde Pumpido, dispuesto a rasgarse las vestiduras ahora después de haber maniatado a la Fiscalía en el caso de las cesiones de crédito de Emilio Botín, por ejemplo. Lo asombroso del panorama español es que la cúpula del Partido Popular, única fuerza que sostiene un discurso nacional consistente, todavía no haya interiorizado primero y traducido a sus mensajes públicos después, la proximidad del abismo al que nos conduce la mezcla de relativismo moral, improvisación frívola y sectarismo del que hace gala Rodríguez Zapatero, y las haya traducido en un discurso de altura orientado hacia ese gran pacto entre PP y PSOE capaz de abordar una reforma en profundidad de la Constitución del 78.
Dice Paul Johnson en Tiempos Modernos que "la tragedia principal de la historia del mundo en el siglo XX es que la república, en Rusia como en Alemania, halló sucesivamente en Lenin y Hitler adversarios de un calibre excepcional, que expresaron su férrea voluntad de poder con una intensidad única en la época contemporánea". Mutatis mutandis, la tragedia de España es que, cuando el tironeo de los nacionalismos ha conseguido colocar al Estado salido de la Constitución del 78, que mal que bien ha garantizado estos 30 años de libertad y progreso, al borde del precipicio, nos hemos topado con líderes como Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. La derrota de éste el día 9 augura –a menos que un cataclismo económico nos lleve a una legislatura abreviada- ración doble de Zapatero, Zapatero para cuatro años más, al final de los cuales, dando la razón a la famosa cita de Alfonso Guerra, a España no la conocerá ni la madre que la parió.