Desigualdades odiosas
Por Porfirio Cristaldo Ayala
Adoptando el discurso populista predominante en la región, el secretario general iberoamericano y ex presidente del BID, Enrique Iglesias, declaró en un foro sobre "cohesión social" celebrado en Brasil que las desigualdades en América Latina "insultan la conciencia ética de la sociedad". Iglesias dijo que se impone recuperar los principios de "cohesión social". Pero lo que insulta la inteligencia no es la desigualdad, sino el estancamiento, la miseria, la corrupción y las malas políticas de los gobernantes latinoamericanos. |
La desigualdad de ingresos como supuesto problema no es más que un engaño de los intelectuales. En el último cuarto de siglo la globalización originó una explosión de prosperidad nunca antes experimentada en la historia de la humanidad. El avance fue tan evidente e incontrovertible que los socialistas decidieron cambiar de estrategia.
La crítica al capitalismo tomó otro sendero: si bien la globalización trajo el crecimiento, decían, éste resultó desafortunado para los pueblos porque aumentó las desigualdades, con lo que se amplió la "brecha" entre ricos y pobres. Falso. Estudios realizados por el Banco Mundial en 92 países demuestran que, en general, el progreso benefició a pobres y ricos en la misma proporción.
Para contrarrestar los supuestos males del crecimiento capitalista, los socialistas inventaron la política del "crecimiento con igualdad", que a través de los impuestos progresivos permitiría una mejor distribución de la riqueza. Pero ni en América Latina ni en sitio alguno la riqueza está ahí, esperando a ser distribuida por los gobernantes como si se tratara de una torta.
La riqueza no crece en los árboles, debe ser producida por el esfuerzo y el ingenio humanos. Toda la riqueza que existe, desde un lápiz hasta un rascacielos, ha sido creada por miles de personas, que invierten y arriesgan sus ahorros y esfuerzos en su producción. Cualquier "redistribución" posterior resulta en quitar un bien a quien le pertenece para dárselo a quien no le pertenece.
La riqueza es de los que la producen, en la proporción previamente acordada, y de nadie más. Nadie, incluyendo al Estado, tiene derecho a apropiarse de lo producido por otro. La justicia, en la antigua definición de Ulpiano, jurista romano del año 170, es "dar a cada uno lo suyo". Ninguna de las civilizaciones que negaron el derecho moral de una persona a disponer de su producción sobrevivió mucho tiempo.
Es natural que la producción origine desigualdades, dado que las personas son desiguales en aptitudes, dedicación y voluntad. Pero esas desigualdades se refieren sólo a que algunos obtienen más ingresos que otros por ser más productivos, talentosos, arriesgados. Bajo una economía libre, la desigualdad de ingresos es justa y beneficiosa para la sociedad porque promueve los valores de la productividad y el ahorro. Esa desigualdad debe ser motivo de celebración, pues conduce a los más talentosos y ricos a incentivar a las demás personas a producir con mayor dedicación y esfuerzo. Los ricos se hacen tanto más ricos cuanto más productivos hacen a sus trabajadores, adquiriendo tecnología y procurándoles formación, lo cual beneficia a éstos.
La producción de riqueza no tiene límites. Lo que gana uno beneficia al resto porque se suma a la riqueza general. Lo que debe insultar a la conciencia de nuestras sociedades no son las desigualdades que denuncia Enrique Iglesias, sino las que tienen origen en los privilegios, es decir en los subsidios, el proteccionismo, los mercados cautivos, las licencias especiales, las exenciones tributarias, los monopolios estatales y el sinnúmero de políticas estatistas que han hundido al continente americano en la corrupción y el atraso. La economía prevaleciente en América Latina es precisamente la "economía del privilegio", el mercantilismo.
La igualdad que debemos conseguir es la igualdad ante la ley; que todas las personas tengan igual dignidad y no existan privilegios. Locke explicaba que, si todos son iguales e independientes, nadie puede perjudicar a otro en su vida, libertad y propiedad.
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