@S. McCoy - 15/11/2008
Me van a perdonar ustedes el que, pese a lo anunciado el pasado jueves, hoy no escriba de la bolsa. La actualidad manda y es día de hacer Cumbre en Washington pese a tener la más absoluta convicción de que la Historia mirará con desdén el intento de Bush de salir de ella con el pie derecho, la desesperación del arrogante Sarkozy por hacer justamente lo contrario y el absurdo empeño de España por participar en una farsa que, tal y como está planteada, les digo yo que va a servir para poco, seguro, en el horizonte inmediato y, salvo que tenga de un modo u otro continuidad en sus postulados, en un futuro algo más lejano en el tiempo.
Si es cualidad positiva de un buen estratega elegir bien sus batallas, no podemos decir que nuestro gobierno haya estado muy lúcido, la verdad. Cosa que, por cierto, a estas alturas de la película sorprenderá a pocos. Qué candidez McCoy. El combate no se libraba en nuestro nombre sino en el del partido socialista. ¿Cómo? Sí, sí.La ardorosa defensa del orgullo patrio no ha sido sino un nuevo ejercicio de distracción mediática en la que lo esencial ha vuelto a ser encubierto por el perentorio manto de lo accidental. Nuevo ejemplo de su capacidad de alejar la información del núcleo a la periferia, fuerza centrífuga del malabarismo informativo. Y mientras los nubarrones macro continúan soltando granizo del tamaño de bolas de tenis, la ciudadanía -particulares-empresas-administración local y regional- a cubierto y Zapatero, sacando pecho en Estados Unidos para gozo contemplativo de su coro de palmeros. Qué crack.
Vayamos a lo sustancial, que es sábado, majete.
Primero. La Cumbre en sí nace fracasada. El ostentoso objetivo de refundar el capitalismo es, en sí, una auténtica chorrada, ustedes me perdonarán. Por mucho que se empeñen algunos, no existe una uniformidad legislativa global que permita aplicar recetas comunes a diestro y siniestro. Ni voluntad de que exista, para qué nos vamos a engañar. Todo lo más nos encontraremos con, como se dice ahora, unos lugares de encuentro colectivos que, frase manida hasta la arcada, sentarán las bases comunes para, sigo, sigo, un nuevo modelo de acción entre la economía financiera y la real. Bla, bla, bla.
Sería para mi milagroso que gobernantes más adictos al corto plazo de la siguiente votación que los banqueros a sus bonos fueran capaces de pergeñar un marco estable de actuación que pudiera penalizar, llegado el caso, el rédito electoral que se deriva de las falsas bonanzas económicas que permiten las burbujas financieras. Ojalá me equivoque pero, a fuer de ser sincero, me extrañaría. Quienes pretender decidir su futuro y el mío, que ya es pretensión, son los mismos, en sus siglas y casi en sus nombres, que fueron incapaces de advertir lo que estaba ocurriendo, actuar de forma preventiva para corregirlo y sacrificar ese crecimiento ficticio con el que engalanaban sus pecheras como los antiguos coroneles soviéticos con medidas contracíclicas y de protección de la economía real. Parece que en política el concepto doblez no se estila.
Segundo. La equiparación con Bretton Woods da risa. Es de una pretenciosidad absurda, sinceramente. Entre otras cosas porque en 1944 la preocupación era la economía real, ahora la principal causa de consternación es la economía financiera. Una diferencia que no es manca, la verdad. Si la materia de objeto no es la misma, difícil será que las conclusiones puedan ser equiparables, digo yo. Alguno podrá argumentar que probablemente gran parte de los problemas que se pusieron entonces encima de la mesa, eran consecuencia de la inadecuada solución de una crisis financiera anterior que había traído consigo una serie de conflictos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Desde ese punto de vista, por tanto, sería mejor que los errores no se reprodujeran y atajar la coyuntura actual cuanto antes.
Bueno, entonces la Cumbre debería desempeñar un papel ejecutivo y no meramente regulatorio o supervisor que, en este caso concreto, el orden de los factores sí que altera sustancialmente el producto. Y no es el caso. Poner nuevas normas de funcionamiento a algo que no funciona no sólo es una extraordinaria pérdida de tiempo sino que lleva consigo un enorme coste de oportunidad. Porque, en esencia, lo que pasa hoy día es que no hay sistema financiero, entendido como el instrumento que sirve para canalizar el ahorro a la inversión. Prueba de ello es el último requiebro del Secretario del Tesoro, Paulson, que, consciente de esta brutal realidad, ha decidido pasar por encima de la banca comercial para acudir directamente en ayuda de empresas y particulares. Un salto cualitativo de enorme importancia cuyas implicaciones se han perdido entre el marasmo diario de información.
Tercero, el caso español. La paradoja que supone el hecho de que mientras estalla una crisis los gobernantes de todo el planeta se dediquen no a su corrección sino a la prevención de la siguiente, probablemente porque nadie se atreve a chistarle a China sobre su divisa o decirle las verdades del barquero a un Estados Unidos en esencia quebrado y dependiente desesperadamente de la financiación extranjera, cobra especial dramatismo en nuestro país. Oyendo ayer a la omnipresente María Teresa Fernández de la Vega -y viendo su fondo de armario que ríase usted de los 150.000 dólares en atrezzo de Sarah Palin que fueron objeto de escándalo en el bando republicano durante la campaña electoral norteamericana- tras el Consejo de Ministros, uno puede llegar a la conclusión de que hemos ido, como a los Festivales de Cine, a exportar las bondades de nuestro modelo del que se han hecho eco esa misma prensa extranjera que tanto nos zahiere. Se podía haber llevado ZP el torito y la flamenca para plantarlos encima de la mesa negociadora si de hacer patria y mirar al pasado se trataba. Y regalárselos a ese primer ministro checo, futuro presidente de turno de la Unión, que ha dicho en numerosas entrevistas que, básicamente, todo esto como que le importa un comino y al que generosamente hemos cedido uno de nuestros asientos, de nuevo instruidos por ese tercero que si nos dice ven, dejamos todo. Hasta a Sonsoles, si hace falta.
Mire usted, querida vicepresidenta. Para ese viaje no hacían falta estas alforjas, ¿no cree? Pero bueno, admitamos pulpo como animal de compañía. ¿Qué importamos a cambio? Absolutamente nada. El Presidente, ya se lo anticipo, no traerá ni una receta contra el paro, ni para mejorar la educación, la innovación o la competitividad, ni para minorar la dependencia energética, o abrir el mercado doméstico. No sigo por no aburrirles. No se va a hablar en Washington de tipo de cambio, ni del precio del dinero, ni de globalización versus proteccionismo ni de nada parecido. Lo políticamente correcto contra lo universalmente necesario, una vez más. Zapatero volverá con la misma sonrisa con la que salió de España en la convicción de que nuestros problemas sólo encuentran su causa y su justificación allende nuestras fronteras. Este hombre, desde luego, no pierde la fe en su baraka o buena suerte personal. Y ya se sabe, mientras todo coincida en el tiempo, a tirar balones fuera.
Concluyo. A usted, que hace un ejercicio admirable de ascetismo mental leyendo mis Valores Añadidos cuando le viene en gana, y a McCoy, que con tan poca gana hoy lo escribe, esta Cumbre de Washington ni nos va ni nos viene. Aunque la propaganda gubernamental se empeñe en hacernos creer lo contrario. Su impacto sobre nuestras vidas será absolutamente nimio, insignificante, residual a corto plazo. Una vez concluida, tendremos los mismos problemas de cada día que escapan de la grandilocuencia política y aterrizan en el pago de la hipoteca, el cole de los niños, la cesta de la compra. Muchos de nuestros compatriotas, y de esos otros que llegaron a España para ayudar a construir la ilusión de riqueza con la que nos despertábamos cada día, se verán en la calle como consecuencia de una crisis que para ellos no se apellida Lehman, Bear o Fannie Mae. Será día 17 y habrá pasado la mitad del mes y empezarán los cambalaches para apurar los días hasta la siguiente paga. Otro lunes al Sol. Y cuando lo acordado este fin de semana quiera llegar a nuestras vidas con la importancia que ahora le quieren asignar, habrán transcurrido tantos meses, e incluso años, que será un mero destello fugaz en el recuerdo colectivo. Desgraciadamente.
Si es cualidad positiva de un buen estratega elegir bien sus batallas, no podemos decir que nuestro gobierno haya estado muy lúcido, la verdad. Cosa que, por cierto, a estas alturas de la película sorprenderá a pocos. Qué candidez McCoy. El combate no se libraba en nuestro nombre sino en el del partido socialista. ¿Cómo? Sí, sí.La ardorosa defensa del orgullo patrio no ha sido sino un nuevo ejercicio de distracción mediática en la que lo esencial ha vuelto a ser encubierto por el perentorio manto de lo accidental. Nuevo ejemplo de su capacidad de alejar la información del núcleo a la periferia, fuerza centrífuga del malabarismo informativo. Y mientras los nubarrones macro continúan soltando granizo del tamaño de bolas de tenis, la ciudadanía -particulares-empresas-administración local y regional- a cubierto y Zapatero, sacando pecho en Estados Unidos para gozo contemplativo de su coro de palmeros. Qué crack.
Vayamos a lo sustancial, que es sábado, majete.
Primero. La Cumbre en sí nace fracasada. El ostentoso objetivo de refundar el capitalismo es, en sí, una auténtica chorrada, ustedes me perdonarán. Por mucho que se empeñen algunos, no existe una uniformidad legislativa global que permita aplicar recetas comunes a diestro y siniestro. Ni voluntad de que exista, para qué nos vamos a engañar. Todo lo más nos encontraremos con, como se dice ahora, unos lugares de encuentro colectivos que, frase manida hasta la arcada, sentarán las bases comunes para, sigo, sigo, un nuevo modelo de acción entre la economía financiera y la real. Bla, bla, bla.
Sería para mi milagroso que gobernantes más adictos al corto plazo de la siguiente votación que los banqueros a sus bonos fueran capaces de pergeñar un marco estable de actuación que pudiera penalizar, llegado el caso, el rédito electoral que se deriva de las falsas bonanzas económicas que permiten las burbujas financieras. Ojalá me equivoque pero, a fuer de ser sincero, me extrañaría. Quienes pretender decidir su futuro y el mío, que ya es pretensión, son los mismos, en sus siglas y casi en sus nombres, que fueron incapaces de advertir lo que estaba ocurriendo, actuar de forma preventiva para corregirlo y sacrificar ese crecimiento ficticio con el que engalanaban sus pecheras como los antiguos coroneles soviéticos con medidas contracíclicas y de protección de la economía real. Parece que en política el concepto doblez no se estila.
Segundo. La equiparación con Bretton Woods da risa. Es de una pretenciosidad absurda, sinceramente. Entre otras cosas porque en 1944 la preocupación era la economía real, ahora la principal causa de consternación es la economía financiera. Una diferencia que no es manca, la verdad. Si la materia de objeto no es la misma, difícil será que las conclusiones puedan ser equiparables, digo yo. Alguno podrá argumentar que probablemente gran parte de los problemas que se pusieron entonces encima de la mesa, eran consecuencia de la inadecuada solución de una crisis financiera anterior que había traído consigo una serie de conflictos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Desde ese punto de vista, por tanto, sería mejor que los errores no se reprodujeran y atajar la coyuntura actual cuanto antes.
Bueno, entonces la Cumbre debería desempeñar un papel ejecutivo y no meramente regulatorio o supervisor que, en este caso concreto, el orden de los factores sí que altera sustancialmente el producto. Y no es el caso. Poner nuevas normas de funcionamiento a algo que no funciona no sólo es una extraordinaria pérdida de tiempo sino que lleva consigo un enorme coste de oportunidad. Porque, en esencia, lo que pasa hoy día es que no hay sistema financiero, entendido como el instrumento que sirve para canalizar el ahorro a la inversión. Prueba de ello es el último requiebro del Secretario del Tesoro, Paulson, que, consciente de esta brutal realidad, ha decidido pasar por encima de la banca comercial para acudir directamente en ayuda de empresas y particulares. Un salto cualitativo de enorme importancia cuyas implicaciones se han perdido entre el marasmo diario de información.
Tercero, el caso español. La paradoja que supone el hecho de que mientras estalla una crisis los gobernantes de todo el planeta se dediquen no a su corrección sino a la prevención de la siguiente, probablemente porque nadie se atreve a chistarle a China sobre su divisa o decirle las verdades del barquero a un Estados Unidos en esencia quebrado y dependiente desesperadamente de la financiación extranjera, cobra especial dramatismo en nuestro país. Oyendo ayer a la omnipresente María Teresa Fernández de la Vega -y viendo su fondo de armario que ríase usted de los 150.000 dólares en atrezzo de Sarah Palin que fueron objeto de escándalo en el bando republicano durante la campaña electoral norteamericana- tras el Consejo de Ministros, uno puede llegar a la conclusión de que hemos ido, como a los Festivales de Cine, a exportar las bondades de nuestro modelo del que se han hecho eco esa misma prensa extranjera que tanto nos zahiere. Se podía haber llevado ZP el torito y la flamenca para plantarlos encima de la mesa negociadora si de hacer patria y mirar al pasado se trataba. Y regalárselos a ese primer ministro checo, futuro presidente de turno de la Unión, que ha dicho en numerosas entrevistas que, básicamente, todo esto como que le importa un comino y al que generosamente hemos cedido uno de nuestros asientos, de nuevo instruidos por ese tercero que si nos dice ven, dejamos todo. Hasta a Sonsoles, si hace falta.
Mire usted, querida vicepresidenta. Para ese viaje no hacían falta estas alforjas, ¿no cree? Pero bueno, admitamos pulpo como animal de compañía. ¿Qué importamos a cambio? Absolutamente nada. El Presidente, ya se lo anticipo, no traerá ni una receta contra el paro, ni para mejorar la educación, la innovación o la competitividad, ni para minorar la dependencia energética, o abrir el mercado doméstico. No sigo por no aburrirles. No se va a hablar en Washington de tipo de cambio, ni del precio del dinero, ni de globalización versus proteccionismo ni de nada parecido. Lo políticamente correcto contra lo universalmente necesario, una vez más. Zapatero volverá con la misma sonrisa con la que salió de España en la convicción de que nuestros problemas sólo encuentran su causa y su justificación allende nuestras fronteras. Este hombre, desde luego, no pierde la fe en su baraka o buena suerte personal. Y ya se sabe, mientras todo coincida en el tiempo, a tirar balones fuera.
Concluyo. A usted, que hace un ejercicio admirable de ascetismo mental leyendo mis Valores Añadidos cuando le viene en gana, y a McCoy, que con tan poca gana hoy lo escribe, esta Cumbre de Washington ni nos va ni nos viene. Aunque la propaganda gubernamental se empeñe en hacernos creer lo contrario. Su impacto sobre nuestras vidas será absolutamente nimio, insignificante, residual a corto plazo. Una vez concluida, tendremos los mismos problemas de cada día que escapan de la grandilocuencia política y aterrizan en el pago de la hipoteca, el cole de los niños, la cesta de la compra. Muchos de nuestros compatriotas, y de esos otros que llegaron a España para ayudar a construir la ilusión de riqueza con la que nos despertábamos cada día, se verán en la calle como consecuencia de una crisis que para ellos no se apellida Lehman, Bear o Fannie Mae. Será día 17 y habrá pasado la mitad del mes y empezarán los cambalaches para apurar los días hasta la siguiente paga. Otro lunes al Sol. Y cuando lo acordado este fin de semana quiera llegar a nuestras vidas con la importancia que ahora le quieren asignar, habrán transcurrido tantos meses, e incluso años, que será un mero destello fugaz en el recuerdo colectivo. Desgraciadamente.