En defensa de la ciudadana Sofía de Glucksburgo
Sophía Margarita Viktoria Frideriki Glixmpourgk (Atenas, 1938), esposa de Juan Carlos I y por tanto reina consorte de España, ha pensado en voz alta y la nutrida banda de salvadores de la patria que puebla las Españas ha organizado la de dios es cristo.
Leídos varios resúmenes del libro La reina muy de cerca y varias frases atribuidas a Sofía de Glucksburgo --versión castellana del apellido de la ciudadana, cuya familia es de origen germánico--, lo primero que personalmente se me ocurre es preguntar lo siguiente: ¿Acaso alguien medianamente informado esperaba que Sofía de Glucksburgo fuera radicalmente liberal, ácrata, socialdemócrata o sencillamente progresista?
Una vez más, la sorpresa sorprende; empezando, por ejemplo, por la sorpresa de los homosexuales, demasiado acostumbrados a que los políticamente correctos callen cosas tan razonables --en este punto, solo en este, coincido al 100% con la opinión de Sofía de Glucksburgo-- como que los desfiles del orgullo gay resulten absurdos, tanto como lo sería una manifestación festiva de heterosexuales alardenado infantilmente de su inclinación sexual.
Resulta también sorprendente que la actitud formal de la reina consorte --que permanece habitualmente en segundo plano-- haya despistado a tantos y tan avezados columnistas como parece haber en este país, que al parecer ignoraban, o lo hacían ver, que se trata de una mujer más bien conservadora; lo cual, no nos engañemos, es radicalmente lógico porque fue educada para lo que fue educada en un clima y ambiente familiar, cultural y moral muy determinado.
Dicho esto, poco importan y nada aportan las interpretaciones institucionales (es el caso de la vicepresidenta de Gobierno echando agua a un fuego inexistente) y las opiniones institucionalistas de esa pléyade de palanganeros que se han apresurado a puntualizar (¿?) lo que Sofía de Glucksburgo piensa (lo cual equivale a negarle la condición de ciudadana).
La ciudadanía está por encima de la monarquía
Las opiniones de la reina consorte merecen respeto, también por parte de los que discrepamos con ella. Merecen el mismo respeto que las de cualquier otro ciudadano, se apellide Fraga o Carrillo, Rodríguez o Carod-Rovira, Soria o De Glucksburgo.
Es un tanto absurdo --salvo que el asunto se plantee desde un punto de vista exclusivamente monárquico-- analizar lo dicho por Sofía de Glucksburgo como si sus palabras tuvieran el valor de un texto legal. Entrar en esa absurda religiosidad institucional es poco menos que dejar de pensar. La cantinela sobre los deberes de la corona y la equidistancia ideológica que debe mantener la familia real --estupidez intelectual similar a la infabilidad del Obispo de Roma-- sólo sirven para convertir la jefatura del Estado en una entidad divina que está por encima del bien y del mal, del sentimiento y de la ideología; lo cual, evidentemente, es falso... Salvo para quienes están interesados en hacer valer criterios monárquicos del siglo XV. Pregunta tonta: ¿por qué están interesados en sacralizar la jefatura del Estado?
La reina consorte es conservadora, de derechas o de centro-derecha, ¿y qué?
La reina consorte debe estar callada, dicen, ¿por qué?
Demasiadas hipotecas políticas sin pagar
La ciudadana Sofía de Glucksburgo tiene derecho a pensar en voz alta aunque el conservadurismo de la Constitución de 1978 pretenda impedirlo, aunque la mala educación política heredada del franquismo lo desaconseje, aunque la transición a la democracia haya sido un lavado de cara, y aunque la derechona y la izquierda-caviar pretendan convertir a la esposa del jefe de Estado en una especie de ángel asexuado y aideológico.
En realidad, no ha ocurrido absolutamente nada trascendente, salvo que los desinformados, los que simulan estarlo y los que adoran al dios político-institucional se han visto obligados a reconocer que la reina consorte es una persona como tantas otras, no tiene la sangre de color azul y piensa lo que piensa.
Se trata de otro escándalo propio de una democracia construida sobre los pilares de una dictadura en la que, para colmo, la clase política se niega a cumplir los 18 años, ser mayor de edad y pensar sin miedo.
Vaya desde aquí mi saludo republicano y humanamente fraternal para la ciudadana Sofía de Glucksburgo, a la que discrepando ideológicamente siempre apoyaré en su derecho a pensar en voz alta.
[ENLACE a la biografía de Sofía de Glucksburgo que ofrece la Wikipedia]