Hace un año, un amigo experto en informática me habló de una web llamada wikino-se-qué, en la que chalados de todo el mundo colgaban documentos comprometedores de gobiernos. “Les garantizan la confidencialidad“, me dijo este amigo, “y a cambio, cuelgan cosas muy delicadas“.
Wiki… ¿qué? Le pregunté a mi amigo poco después por correo electrónico. ¿Cómo se llamaba aquella web?
Me lo dijo y me metí. La web estaba pasando por una crisis porque pedía dinero, unos 600.000 dólares. Los necesitaban porque si no, tendrían problemas serios.
Vi que salían bastante referencias a Wikielaks en Google. Pero casi nadie la conocía. Estaba compuesta por periodistas y disidentes políticos, había alemanes, ingleses, chinos, islandeses, suecos… Eso es lo poco que se podía ver por internet, aparte de que había algunos medios mundiales como el británico The Guardian y otros medios norteamericanos que apoyaban Wikileaks, gracias a los cuales habían conseguido buenas exclusivas.
En enero Wikileaks casi desapareció del mapa. La web estuvo en el limbo. No había dinero. La mayoría de la gente seguía sin conocerles. Y las donaciones no eran suficiente para pagar al equipo.
Hoy, creo que no hay mortal que no conozca a Wikileaks. Si se pudiera establecer una competencia mundial sobre qué web ha conseguido más popularidad en menos tiempo, Wikileaks estaría entre las cinco primeras. Quizá sería la primera porque ha tenido un impacto mundial.
No solo es archiconocida sino que ha provocado un revuelo planetario. El fundador está en la cárcel. Pero no está entre rejas por haber destapado la mayor filtración de datos diplomáticos o militares de la historia sino porque no le gusta usar condones cuando hace el amor. Dos mujeres suecas que tuvieron encuentros íntimos en momentos diferentes con Julian Assange, el fundador de Wikileaks, le denunciaron por perpetrar el acto sexual sin preservativo. Parece que en Suecia eso es delito sexual.
Jamás se imaginó Assange que de la ruina se levantaría una revolución digital, que su web sería archiconocida, que él estaría el la cárcel, que miles de personas en todo el mundo pedirían su liberación y que hasta le saldría su propia disidencia.
Hoy, en teoría, tendría que ser el día del estreno de OpenLeaks, la competencia de Wikileaks.
Para los periodistas, Wikileaks es el acontecimiento periodístico más destacado en los últimos treinta años. Periodístico porque se trata de una filtración sin parangón, algo por lo que sueñan los medios y los profesionales a lo largo de su carrera, pero esta carrera llega a su fin y la única filtración que conocen es la de las cañerías de los lavabos del periódico.
Ha habido de todos modos un enorme debate sobre si esto es la prueba de que los periodistas y sus medios se han achantado tanto, que las exclusivas se las tiene que dar un medio nuevo, como un portal de filtraciones.
Ayer, precisamente, un grupo de profesionales estuvo debatiendo esto en Nueva York dentro de unas jornadas llamadas “WikiLeaks y la libertad de Internet”. Se planteó si Assange era un “visionario, un santo o un payaso.” También se planteó si Wikileaks demostraba que la gente ya no confiaba en los bancos, ni en el Gobierno, ni en los grandes medios. Como retrató el coresponsal de El Mundo,Carlos Fresneda, uno de los ponentes (Andrew Keen) afirmó que “WikiLeaks ha sido el antídoto a esta crisis de legitimidad. Pero lo que está ocurriendo ahora es una guerra de poder. Julian Assange podría ser al final el primer magnate de esta nueva era digital”.
Casi al mismo tiempo que tenía lugar este debate, la misma persona que me descubrió Wikileaks me mostró que estaba teniendo lugar un ataque a la web de Mastercard. Vi el ataque en directo a través de una página web llena de ciber-rebeldes.
Vi cómo cientos de internautas se ponían de acuerdo para disparar su “rayo de iones” (así denominan el hecho de unir sus ordenadores en forma deenjambre) contra las webs de Mastercard, vi cómo lo celebraban con comentarios en un chat (ya ha caído Alemania, ahora, España, Chile está fuera de combate, Mastercard Italia down…) y comprobé que esas páginas estuvieron caídas durante unos minutos.
Para muchas personas, lo que está sucediendo ahora es una noticia más de los informativos. Para los periodistas, es un acontecimiento que marcará nuestra época.
Muchos pensarán que los periodistas lo hemos aderezado porque en este caso el periodismo es la noticia. Puede ser que haya algo de eso. Pero si se paran a pensar sobre las consecuencias para la politica y para la economía que pueden tener estas cadenas de filtraciones, la mejor novela de Stieg Larsson parecerá Caperucita Roja.
La prueba de que el el próximo futuro van a pasar muchas cosas muy importantes es que hace un año nadie sabía qué era Wikileaks ni qué impacto tendría.