Si me lo vendiera, no tendría ningún inconveniente de comprarle un coche de segunda mano al Ministro de Fomento… Pero jamás me ambarcaría con él en un negocio, porque con criterios políticos, que es de lo que él entiende, no se puede gestionar ninguna empresa.
El Gobierno busca un socio para AENA, la empresa pública encargada de organizar el tráfico aéreo en España y de las gestión de los aeorpuertos. No se sabe mucho: apenas que el precio del 49 por ciento en venta estará en torno a los 9.000 millones de euros, y que los aeropuertos de Barcelona y Madrid serán gestionados por una tercera empresa, propiedad al parecer de AENA.
No soy capaz de visualizar a ningun inversor, ya sea del sector o simplemente financiero, dispuesto a juntar meriendas con el Ministro de Fomento, José Blanco. Fuera parte de su gestión política no tengo nada contra el señor Blanco, al que ni siquiera conozco personalmente, pero si decidiera montar un negocio el último socio al que buscaría sería él. No me importaría comprarle un coche usado, e incluso no me importaría comprarle los aeropuertos de AENA, pero jamás de los jamases me metería en una empresa en la que el señor Blanco tuviera la última palabra, y en esta semiprivatización de AENA el señor Balnco con el 51 por ciento tendría, efectivamente, la última palabra.
Las razón de mi terminante negativa es que metidos en la misma patera, el señor Blanco remaría para un lado y yo (cualquier inversor privado, se entiende) remaría para el otro. Como ha puesto su dinero, o el de sus accionistas, el inversor privado de AENA buscaría maximizar los beneficios económicos. Como político, el señor Blanco utilizaría el dinero de los contribuyentes no para hacer una empresa rentable sino para ganar cuantas más elecciones, mejor. Tan legítimo es un objetivo como el otro, lo que no se pueden hacer es mezclarlos.
Algunos ejemplos: seguro el señor Blanco sería partidario de invertir para que AENA estuviera a la última en sus innovaciones tecnológicas, mientras que un servidor solo acometería esas inversiones si estuvieran económicamente justificadas. Como el señor Blanco no puede suspender pagos, los proveedores, bancos y el personal empelado le tratarían de forma muy distinta que al particular que tiene el juzgado a la vuelta de la esquina. Seguramente en AENA sobran aeropuertos, pero decir cuales sería una decisión imposible para el señor Blanco. Sus decisiones estarían inevitablemente mediatizadas por los intereses políticos del Gobierno y de su partido, mientras que las de un servidor solo por el legítimo afán lucro.
Un ejemplo, sin salir del sector aéreo: la estatalización de Spanair. Como se sabe, y a la vista de sus catastróficos resultados, su propietaria, la aerolinea escandinava SAS puso a Spanair el cartel de “se vende” . Solo presentó oferta la Generalitat de Catalunya porque José Montilla y compañía habían decidido que Barcelona necesitaba a cualquier precio un hub internacional de una linea aérea no menos internacional. Era una necesidad estratégica. Amarrada la operación y ya con el aval político y financiero de la Generalitat, esta ofreció participaciones accionariales de Spanair al sector privado. No acudió nadie, porque los inversores privados tienen la manía de invertir su dinero y de esperar rentabilidad de su inversión. Eso del hub internacional para Barcelona está muy bien cuando se arriesga el dinero del contribuyente, o sea el dinero ajeno, pero es impresentable ante una junta de accionistas. El señor Montilla ya se ha ido –bueno, le han echado– pero no cabe la menor duda que la aventura Spanairl la pagaremos entre todos
Aunque ha sido y es muy frecuente en España, la mezcla de negocios y política suele resultar económicamente desastrosa. ¿Cuanto dinero de los contribuyentes está enterrado en los parque temáticos de Madrid, Sevilla y Benidorm? No lo saben ni sus promotores, los políticos Ruiz Gallardón, Zaplana y Chaves. AENA está todavía a tiempo: se puede vender en su totalidad y el Estado racudaría una parte del dinero que tanta falta le (nos) hace. El problema es que, una vez más, una decisión empresarial tan limpia como esta no puede ser tomada por imperativos de la política.
Privatizaciones:¿Montaría usted un negocio con Pepiño Blanco?
de Jose María García-Hoz de Jose María García-Hoz