En enero de 1987, un año después de que España ingresara en el Mercado Común, la revista Actualidad Económica para la cual yo trabajaba me pidió que hiciera un balance, es decir, un especial de varias páginas con lo que había sucedido en ese año. La verdad, era para asustarse.
En doce meses, muchas industrias españolas habían caído en manos extranjeras, como por ejemplo, chorizos Revilla que había sido comprada por Unilever. El año anterior, en 1985, Seat había sido vendida a Volkswagen. Muchos signos de la economía indicaban que España no podía competir y que este país se iba a derrumbar.
Pero recuerdo que alguien citó una frase que provenía de un político español y que no se me ha olvidado: “Quizá el Mercado Común no es un paraíso pero por lo menos las reuniones entre los representantes europeos no acaban en guerras sino en portazos”.
Poco a poco, España fue viendo la parte positiva como los fondos estructurales y los fondos de cohesión. Era dinero alemán principalmente, y esos alemanes pagaron las carreteras españolas, las infraestructuras y la modernización.
La Unión Europea nació en los años cincuenta de una idea económica más que política. Comenzó con la alianza entre Francia y Alemania para crear una organización conjunta de producción y venta de acero y carbón. Pocos años antes, esos dos países se habían enfrentado en una guerra terrible, y ahora se enfrentaban en los salones.
Luego, esa alianza fue incrementándose hasta abarcar más países y por supuesto, la unión política. A finales de los años cuarenta nadie habría imaginado que un día existiría una alianza europea que integrase a países que se habían pasado cientos de años guerreando. Y que tendría una moneda común, que derribaría las fronteras y que tendría un parlamento.
Ese invento tiene ya casi 50 años. Por eso, cuando se habla de desmembramiento o de derrumbe me parece una forma muy frívola de echar a la basura un esfuerzo que no ha sido en vano.
Desde luego, el sistema tiene muchas imperfecciones pero la primera virtud ha sido la paz. La segunda ventaja ha sido la riqueza conjunta. La tercera, la ayuda mutua.
Este mes, España cumple 25 años de haber firmado el tratado por el cual formaría parte de esa alianza. Tampoco los españoles imaginarían entonces que un día estaría todo este sistema sometido a una presión fabulosa por los mercados financieros, y que gran parte de esa culpa sería de los españoles, o de sus gobernantes.
Supongo que saldremos de este aprieto, como salimos de las discusiones sobre el mercado de la leche, que tanto afectó a España en los años ochenta, del arrancamiento de viñedos, y de un montón de acuerdos que afectaron malamente a nuestro país. Eso forma parte del pasado, y dentro de unos años, todo este dolor de cabeza financiero, también formará parte del pasado.
En doce meses, muchas industrias españolas habían caído en manos extranjeras, como por ejemplo, chorizos Revilla que había sido comprada por Unilever. El año anterior, en 1985, Seat había sido vendida a Volkswagen. Muchos signos de la economía indicaban que España no podía competir y que este país se iba a derrumbar.
Pero recuerdo que alguien citó una frase que provenía de un político español y que no se me ha olvidado: “Quizá el Mercado Común no es un paraíso pero por lo menos las reuniones entre los representantes europeos no acaban en guerras sino en portazos”.
Poco a poco, España fue viendo la parte positiva como los fondos estructurales y los fondos de cohesión. Era dinero alemán principalmente, y esos alemanes pagaron las carreteras españolas, las infraestructuras y la modernización.
La Unión Europea nació en los años cincuenta de una idea económica más que política. Comenzó con la alianza entre Francia y Alemania para crear una organización conjunta de producción y venta de acero y carbón. Pocos años antes, esos dos países se habían enfrentado en una guerra terrible, y ahora se enfrentaban en los salones.
Luego, esa alianza fue incrementándose hasta abarcar más países y por supuesto, la unión política. A finales de los años cuarenta nadie habría imaginado que un día existiría una alianza europea que integrase a países que se habían pasado cientos de años guerreando. Y que tendría una moneda común, que derribaría las fronteras y que tendría un parlamento.
Ese invento tiene ya casi 50 años. Por eso, cuando se habla de desmembramiento o de derrumbe me parece una forma muy frívola de echar a la basura un esfuerzo que no ha sido en vano.
Desde luego, el sistema tiene muchas imperfecciones pero la primera virtud ha sido la paz. La segunda ventaja ha sido la riqueza conjunta. La tercera, la ayuda mutua.
Este mes, España cumple 25 años de haber firmado el tratado por el cual formaría parte de esa alianza. Tampoco los españoles imaginarían entonces que un día estaría todo este sistema sometido a una presión fabulosa por los mercados financieros, y que gran parte de esa culpa sería de los españoles, o de sus gobernantes.
Supongo que saldremos de este aprieto, como salimos de las discusiones sobre el mercado de la leche, que tanto afectó a España en los años ochenta, del arrancamiento de viñedos, y de un montón de acuerdos que afectaron malamente a nuestro país. Eso forma parte del pasado, y dentro de unos años, todo este dolor de cabeza financiero, también formará parte del pasado.