Carlos Sanchez
Uno de los diálogos más lúcidos de la historia del cine lo concibió el escritor escocés James Bride, guionista de Under Capricorn. La película (1949) está basada en una novela de la escritora australiana Helen Simpson, y Alfred Hitchcock fue el encargado de llevarla al cine. En España fue rebautizada como Atormentada, y de manera injusta algunos críticos sostienen que se trata de una obra menor de Hitchcock. Craso error.
El coprotagonista es Joseph Cotten, que da vida a un ex presidiario que hizo fortuna en Australia en los tiempos en que la metrópoli enviaba reclusos al continente para repoblarlo con sujetos de toda suerte y condición.
-¿Cuál es el secreto para hacerse rico?, le preguntó a Cotten un joven advenedizo recién llegado a Sidney, y que respondía al nombre deCharles Adare.
-El secreto es trabajar mucho, señor Adare, le contestó Sam Flusky, el personaje que encarna Joseph Cotten.
-Entonces, le dijo su interlocutor,tendré que preguntar en otro lado.
Es probable que Jaume Matas haya buscado un atajo similar en su fuga hacia adelante para trepar por la escala social, pero a veces da la sensación de que no sólo los individuos, sino también los estados, procuran encontrar oscuras veredas para mantener la casa a flote y seguir viviendo por encima de sus posibilidades. Veamos el caso de España.
A veces da la sensación de que España se ha acostumbrado a vivir con una tasa de desempleo del 19% y se consuela con que no haya estallidos sociales
Este país acumula ya siete trimestres consecutivos con caídas del PIB, y si se cumplen las previsiones de todos los institutos de coyuntura es muy probable que el año 2010 se cierre con una contracción del producto interior bruto de algunas décimas (entre tres y ocho, según los gustos). Contracción, en cualquier caso.
Para 2011 las cosas pintan algo mejor. La economía volverá crecer, pero es probable que lo haga por debajo del 1%, como ayer estimó el Banco de España. Ni que decir tiene que se trata de una tasa escasa para crear empleo, pero a pesar de eso el Gobierno actúa como si tuviera todo el tiempo del mundo para tomar decisiones relevantes. Por el contrario, sigue gobernando como si los problemas de una economía que encadenará tres años consecutivos de contracción del PIB se pudieran resolver con una retahíla de decisiones micro que por su propia naturaleza no alteran la realidad de las cosas. Ahí está la hemorragia legislativa del Plan E
El fracaso del empleo
El hecho de que no se vaya a crear empleo no sólo es un fracaso como país. Al final y al cabo, el objetivo principal de cualquier política económica es crear puestos de trabajo. Es también el fracaso de una determinada forma de hacer política que convierte a la crisis en rehén de intereses electorales. Se gobierna para ganar elecciones y no para resolver los problemas, que en última instancia es para lo que se paga a los políticos.
Sólo en estos términos puede explicarse el conformismo con que se acogen determinados indicadores macroeconómicos que anticipan que la crisis seguirá viva durante algún tiempo. Se discute acaloradamente sobre unas décimas de crecimiento, lo cual es irrelevante desde un punto de vista macroeconómico, pero se olvida que este país tenía en 2007 una tasa de empleo similar a la de la UE, y ahora se sitúa cuatro puntos por debajo. Y sin recuperación del empleo, no habrá un reequilibrio de las cuentas públicas ni por supuesto saneamiento del sistema financiero, acosado por un incremento real de la morosidad muy superior al que indican las cifras oficiales.
A veces da la sensación de que España se ha acostumbrado a vivir con una tasa de desempleo del 19% (en todo caso por encima del 15% hasta mediados de la década) y se consuela con que no haya estallidos sociales. E incluso se celebra el papel de la economía sumergida y de la familia como una especie de desengrasante de las tensiones sociales. Como se ve un conformismo impropio de una sociedad desarrollada.
No estará de más, por eso, que alguien hiciera suya una frase atribuida aWellington, a quien no le importaban las aclamaciones antes de las batallas. “La gente no sabe lo que les espera”, decía.