Cuenten con sobrevivir al primer año sostenible
@Juan Carlos Escudier - 02/01/201
Tiene uno la impresión de que 2010 nos ha nacido viejo, como si su antecesor en el calendario hubiese querido prolongar su agonía más allá de sus últimas campanadas. Pretendíamos empezar un tiempo nuevo, pero seguimos en el mismo punto en el que nos encontrábamos antes del cava, en medio de un oscuro túnel, ya sea porque nadie acierta con el interruptor o por esa impaciencia nuestra que no deja que se calienten las bombillas de bajo consumo de Sebastián.
Ciegos y todo, a optimistas no nos gana ni Zapatero. Si fallan los políticos, nos salvará alguna suerte de determinismo que haya contemplado una solución azarosa a los problemas que nos acucian, como esos televisores que un día dejan de funcionar y tiempo después nos devuelven por sorpresa la cara de Matías Prats en el telediario al sentarnos por descuido sobre el mando a distancia. Uno cree en el destino cuando ha perdido la fe en todo lo demás. En esas estamos desgraciadamente.
Hay que reconocer que la crisis nos ha modificado el carácter. Las propias encuestas dibujan el cambio en las preferencias políticas de una ciudadanía desencantada, que parece haber asumido que si el futuro nos depara el apocalipsis lo mejor es ponerse de parte de su profeta, por si acaso tiene previsto que haya algún superviviente. La alternativa que se perfila es un hombre que se disfraza deArguiñano -“el gorro más calado, presidente”- para servir a los pobres cocido gallego o algo parecido, porque “el cocido clásico, clásico lleva grelos”. No se puede perder la esperanza cuando se tiene la certeza de que siempre nos quedará el auxilio social. Rajoy lo sabe y por eso avanza imparable en apoyo popular.
Es inaudito que el líder de la oposición pretenda transmitirnos buenas vibraciones desde un comedor para indigentes, aunque más incomprensible es el ser humano. Somos capaces de predecir que nos pasará rozando un asteroide en el 2036 y hasta nos atrevemos a simular el origen del universo en un colisionador de hadrones, pero que no se nos pida que resolvamos ecuaciones más simples, como evitar que un millón y medio de personas se vayan al paro en un año porque eso sí que no tiene remedio. Si no fuera porque Zapatero nos ha dicho que su obsesión ya no es convencer a ETA de que cuelgue el pasamontañas, ni siquiera resolver el contencioso territorial sino volver a crear empleo, tendríamos que empezar a preocuparnos.
Lo que no termina de convencernos es cómo se propone hacerlo, porque somos muy capaces de tenerle fe a la economía sostenible pero antes nos hace falta que alguien nos explique cómo se transforma un peón de la construcción en un técnico eólico y en qué plazo, y si basta con los cursillos del INEM o hacen falta clases adicionales por correspondencia. Nos vendría bien además que se nos precisara qué Quijote levantará los molinos, y cuántos harán falta para que el desempleo dejen de ser la profesión más demandada.
Estamos dispuestos a creer que es posible cambiar por ley el modelo productivo siempre y cuando se nos comunique el tiempo estimado para el aterrizaje en la tierra prometida, porque somos de natural impacientes. La gente que ha consumido sus prestaciones por desempleo se pregunta también por qué el montante previsto para prorrogar el subsidio es similar a lo que nos ha costado el salvamento de cajas como la de Caja de Castilla-La Mancha, con la diferencia de que el primero se dio a regañadientes y el segundo tiene extendido un cheque en blanco.
A todos nos gustaría ser más productivos, aunque para ir cogiendo ritmo no nos importaría contar con una ocupación de ocho horas al día, de esas que incorporan una nómina a fin de mes suficiente para pagar la hipoteca, el chándal de los niños y los vermús de los domingos. El futuro es esplendoroso, lo sabemos, pero nadie resiste ayunos de una década.
Mientras se nos desvelan estos arcanos, varios hitos marcan el camino. El primero es la reforma del mercado de trabajo que han de pactar empresarios y sindicatos, cuyo alcance se ignora porque, según el presidente, no se centrará en el modelo de contrataciones, no incluirá rebajas en las cotizaciones sociales y no abaratará el despido. El segundo es el pretendido pacto por la educación, sobre el que existen contra todo pronóstico buenas perspectivas. El tercero es la reforma del sistema financiero, que era el más sólido del mundo mundial hasta que empezaron a salirle unas grietas tan puñeteras que amenaza ruina.
Si todo va bien, será a finales de este 2010 cuando el resultado de restar los empleos que se crean y los que se destruyen será positivo. En nada habrá influido el nuevo modelo productivo, ni la economía sostenible, ni la reforma del mercado de trabajo ni los cambios que prevén introducir en el sistema de pensiones. Será la consecuencia del empuje de otras economías, que habrían abandonado decididamente el sillón del psicoanalista pese a que el capitalismo sigue sin refundarse.
Hasta que llegue ese momento pasaremos tres trimestres en el quiero y no puedo. Quiero que baje el paro, pero no puedo; quiero que los bancos den créditos pero no sé cómo obligarles; quiero hacer una política económica de izquierdas pero no me atrevo. Si el tren de la recuperación llega a tiempo, Zapatero cuenta con inclinar de nuevo la balanza a su favor. Lo tendrá difícil porque a esas alturas Rajoy será un especialista sirviendo sopas de sobre en los albergues, y no hay nada que impresione tanto como ese tipo de voluntariado. El resto confirmaremos que, como ya sucedió en Italia, un país puede sobrevivir a su Gobierno y a su oposición. Y seguiremos creyendo en los milagros y en que un día de estos la televisión averiada volverá a funcionar.