Martes, 06-01-09
Si denuncias que Israel está matando a los palestinos sin miramientos de ningún género, serás tildado de antisemita, cerca de los nazis, aunque estés a un paso de defender el terrorismo islamista. Si te decantas en público por Israel y sostienes que Hamás ha instalado un Estado-terrorista en la franja de Gaza, con su ejército y su policía terroristas y con sus paramilitares nocturnos (el llamado Qasam), serás señalado como reaccionario occidentalista y macarra de la pandilla de Bush. Es la guerra de siempre y un aviso para el nuevo caminante negro de la Casa Blanca: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Los palestinos de la OLP comenzaron por decir que Hamás tenía la culpa del último conflicto. Los israelíes no sionistas mantienen que su Ejército se excede quince pueblos en el castigo. El silencio de Obama, a pocos días de su juramento como nuevo emperador, es atronador: no se sabe si calla porque sabe o si no sabe y por eso no habla. Se suceden mientras tanto las idas y venidas diplomáticas a los alrededores de la zona, donde todavía no caen bombas. La política exterior de la UE, a cuyo frente está un político español que más parece un turista rico y despistado, vuelve a bailar en la cuerda floja y a jugar el papel del funambulista, conocedor del celestinismo y la componenda, un oficio ya un tanto vergonzoso por repetitivo y estéril. La guerra es en el fin del mundo y desde el principio de los tiempos bíblicos. La guerra es otra vez la ley talmúdica y el exceso islamista: ojo por ojo, a un lado de Gaza, y diente por diente, al otro al otro extremo de la franja. A este paso atroz y abominable, dentro de nada, todos ciegos y desdentados, como advertía Gandhi con tino pacifista un minuto antes de que lo matara otro exaltado político-religioso.