El Gobierno de la ineficacia
(PD).- La palabra es ineficacia. El Gobierno que presume de haber situado a España en la modernidad ideológica y social, el que promete disminuir en marzo el crecimiento rampante del desempleo, el que se muestra confiado de su control de la recesión, ha fracasado ante una simple tormenta de nieve.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, un fenómeno de contingencia elemental ha puesto en solfa toda la farfolla hueca del frívolo discurso zapaterista, cuya virtualidad naufraga en cuanto sale de las retóricas de diseño para enfrentarse a problemas de índole real y tangible.
Un previsible temporal de frío ha colapsado una capital de cuatro millones de habitantes, ha bloqueado el aeropuerto más moderno de Europa y ha dejado en pelotas a una administración hipertrofiada cuya efectividad es inversamente proporcional a la multiplicidad de instituciones en que la ha troceado un modelo suicida.
Y la grandilocuente logomaquia gubernamental, henchida de fatuidad y autocomplacencia, ha resbalado en las placas de hielo poniendo patas arriba su estéril ineptitud para abordar cualquier crisis de significativa importancia.
Ya no se trata de la descomunal incompetencia de la ministra Magdalena Álvarez, hundida por enésima vez en una patética y balbuciente comparecencia pública en la que su habitual arrogancia acabó diluyéndose en medio de una lastimosa confesión de impotencia.
La parálisis de los servicios públicos frente a la tormenta blanca es la metáfora de un Estado en situación de colapso funcional, sin respuesta para ningún desafío medianamente serio. No hay dificultad que no lo ponga en aprietos ni complicación que no aumente la sensación de zozobra.
Un Gobierno vencido por una vulgar inclemencia meteorológica carece de crédito para enfrentarse a la auténtica tempestad socioeconómica que azota el horizonte mundial. Su liviandad es manifiesta; su debilidad, absoluta.
A los nueve meses de su segundo triunfo electoral, el equipo de Zapatero se halla en estado de catalepsia, a merced de cualquier contratiempo capaz de zarandearlo.
Probablemente la nevada del viernes haya sido la última prueba que ponga de relieve lacalamitosa inutilidad de Álvarez, si el presidente aborda esta misma semana la remodelación ministerial rumoreada con insistencia en los círculos políticos madrileños.
Pero más allá de la patente nulidad de ésta y otros compañeros de gabinete, estamos ante una cuestión mucho más grave que afecta al modelo político con que se dirige la gobernación del país.
Un esquema de colosal trivialidad apoyado en un estilo no menos frívolo que convierte en solemnes objetivos un montón de cuestiones menores, simplezas retóricas y proyectos artificiales cuya banal vaciedad se envuelve en el celofán de una colorista pirotecnia gestual.
Cada vez que alguna contrariedad compromete la oquedad de ese tinglado, el presidente y su entorno recurren con mayor o menor éxito a gastados trucos de distracción para ocultar su desnudez operativa.
La realidad, sin embargo, sea en forma de estadísticas de desempleo, de retroceso industrial, de caos autonómico o de mera inclemencia climatológica, se empeña con terquedad en dejar al descubierto el cartón débil y mal ensamblado de esa falsa gobernanza.