El progresismo social que nos sigue gobernando ha dedicadosus esfuerzos a lo único que le gusta: el circo social. Como decían, con razón, los sovietistas de 1917, «hay días que valen por años» y el del domingo del 22-M fue uno de ellos.
En la noche triste de Ootumba, la sede federal del PSOE estaba desolada; no es que la madrileña calle Ferraz dé para aglomeraciones, pero algún militante podría haberse acercado para compartir la mala hora. Al mariscal Petain le preguntaron quién había ganado la batalla de Verdún, sobre la que aún persisten dudas, y contestó que las victorias tienen cien padres y la derrota es huérfana.
El Presidente Zapatero hacía piernas a derecha e izquierda tras el atril como un boxeador sonado y por un momento creí que iba a embestir el arengario. Impartió la consigna socialista: nos ha derrotado la crisis económica. Hasta las elecciones generales escucharemos la misma canción, y no es verdad.
El PSOE entró en crisis los últimos años del felipismo cuando hasta sus simpatizantes nos apartamos de la corrupción de la sangre y el saqueo del erario. Antes de que ganara José María Aznar por mayoría minoritaria, fue Jordi Pujol quien puso la esquela: «Así no podemos seguir». Fracasado el dedazo sobre Joaquín Almunia y destruido José Borrell por el guerrismo, el socialismo español perdió el rumbo quedando como pesquero en aguas de Somalia.
De Bambi a Alicia
Un grupo de jóvenes insuficientemente preparados, sin experiencia en el manejo del Estado, progresistas de coche oficial, tomaron el buque capitaneado por un aventurero audaz, diputado silente y desconocido para sus propios compañeros, sin otro bagaje intelectual que la capacidad de comprar votos con promesas luego incumplidas, la Tercera Vía de Tony Blair, que no era más que fachada amable y sonriente, y las inextricables teorías del politólogo doctor Petit sobre el republicanismo activo que, al menos yo, no he logrado desentrañar tras repasadas lecturas. Obtuvo su primera legislatura por accidente inesperado, y otra mintiendo a dúo con Pedro Solbes, asegurándonos que no había crisis financiera internacional cuando los empleados de Leman Brothers se llevaban los enseres.
La negación de la crisis, la insistencia en que contábamos con el más firme sistema financiero, la satisfacción ante la envidia que suscitábamos en Francia e Italia, la calificación de la prudente Angela Merkel de fracasada, el anuncio glorioso del pleno empleo, sólo podría explicarlo Sigmund Freud.
Como la memoria es selectiva, ni se acordó de la burbuja inmobiliaria hasta que le explosionó en la cara.
Si Zapatero hubiera sabido cumplir con sus obligaciones habríamos descendido por una pendiente de la que estaríamos recuperándonos y no en picado rompiéndonos el culo. No es la crisis sino su irresponsable manejo lo que ha originado cinco millones de parados, y no dos como dice con un par el Presidente, que de «Bambi» mudó en «Alicia» en el país de las maravillas.
Este progresista profesional dedicó sus esfuerzos a lo único que le gusta: el circo social, con el más difícil todavía y las fieras sueltas sin rejas para el público.
Matrimonio homosexual, progenitor A y B, aborto para menores sin consulta familiar, píldora abortiva sin receta médica, educación obligatoria para ser buenos ciudadanos de progreso, memoria histórica para desenterrar huesos, muerte digna con la eutanasia agazapada a los pies de la cama, cuota femenina para las obreras, «militarización» de la Judicatura, alianza de civilizaciones con el Irán de los ayatolás, rendición incondicional ante ETA y otros fuegos de artificio que no llenan la despensa.
Zapatero y sus gobiernos no son los peores de la democracia sino un bestiario de extravagantes. Por no citar a Leire y Bibí, si nombras como ministra de Cultura a una señora como Carmen Calvo, que asegura que el dinero público no es de nadie y que Cervantes se multiculturalizó viajando por Argelia, donde lo sodomizaron como un esclavo, hay que cambiarse de pasaporte en legítima defensa. Ni en Argentina, de la que soy connatural y donde descansaré de estas miserias, país europeo y culto, se atreven con estas zapaterías, obsesión por el sexo, la mediocridad y la pérdida de las identidades.
Ni presionado por la Unión Europea, y hasta por Washington y Pekín, termina Zapatero sus reformas económicas. Sus compañeros ya le llaman «embrague», porque sólo mete el cambio cuando estira la pata.
El bachiller José Blanco ha dirigido una campaña de gañán, no teniendo otro mérito que el haber intentado ser alcalde de su pueblo, donde Mariano Rajoy se salió con el coche rompiéndose la cara. Han llegado a decir que en España nadie ganará unas elecciones luciendo barba, y es que lo distingue a estos socialistas en inmersión (hay otros) es su desprecio por la inteligencia del electorado. Dios primero confunde a quien quiere perder.
Nos ha hecho cínicos
Diógenes de Sínope, «El cínico», vivía en una tinaja y pedía limosna en el Templo de Zeus, no a los fieles sino a la estatua de dios. Se reían de él viéndole horas con la mano tendida. Arguía que le pedía al mármol para acostumbrarse a recibir negativas.
Zapatero nos ha hecho cínicos porque no nos ha dado nada más que maquillaje, ni siquiera avances sobre las libertades de las que tanto alardea. Ejerciendo de Don Tancredo ha postrado a España por décadas, y ha destruido el partido que tomó al abordaje con muchos menos méritos que un alcalde pedáneo.
A Mariano Rajoy, cuando le toque, no habrá que concederle los corteses cien días de gracia, sino todo un año para poner otra vez el país en sus carriles. Con el gravísimo problema añadido, y quizás insoluble, de la «constitucionalización» de ETA en la política vasca, esa alteración mental de Zapatero, con Pascual Sala y parte del Tribunal Constitucional como cooperadores necesarios.
Nos calza la tesis del comunista Gramsci: «Crisis es cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer»: estamos en crisis. Y Zapatero puede completar su currículo añadiendo que ha hecho bueno a Esquilache, a Felipe V, que reinaba de noche y aullando, y al Conde Duque de Olivares. Los «indignados» serán un asterisco a pie de página. Bienintencionados pero unocrónicos. No caben cambios constitucionales en tiempos de tribulación.
Todo no era mas que nada.
Martin Prieto 24/5/2011 LA RAZONMartín Prieto - Wikipedia, la enciclopedia libre
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