Zapatero: “Five is enough; eight will be too much!”
@Jesús Cacho - 01/09/2008Vuelta al cole. Principio de curso. El temible septiembre ya está aquí, con todo sobre la mesa. España en el quirófano y abierta en canal, con un cirujano al frente del equipo médico que a duras penas sabría poner una inyección. Los datos fríos del problema son elocuentes: el nuestro es ya el país con más paro de la eurozona, y esto lleva visos de igualar los peores registros de los noventa, a cuenta de una población activa que crece a ritmos del 3% y para la que no hay empleo; es también el de mayor inflación, a pesar del ligero respiro de agosto (4,9%). Con el crecimiento del PIB (0,1%) a un trimestre de la recesión, es, al mismo tiempo el que registra uno de los niveles más bajos de productividad e inversión en I+D+i. La gravedad de la situación española queda reflejada en el hecho de que, a pesar del brusco frenazo al crecimiento registrado en el último año, el déficit exterior sigue creciendo y alcanza ya el 10,7% del PIB, guarismo sólo superado por Islandia entre los países OCDE.
Ante semejante cuadro, el presidente del Gobierno nos dice que está “tranquilo y optimista porque tenemos un país fuerte”. Señor comandante: eche el freno, que quiero bajarme de este avión. Zapatero repite como un papagayo la receta milagrosa de su amigo Sebastián: “Tranqui, José Luis, que es cosa de un año. Se trata de aguantar hasta finales de 2009, que es cuando esto dará la vuelta”. Falso de toda falsedad. Me cuentan que entre la elite empresarial se ha extendido este verano en cenas y saraos la especie de que este tipo no da la talla. Que es un problema de falta de conocimientos. Un político no apto para el puesto que ocupa. Y que Mariano Rajoy difícilmente llegará a ganar unas elecciones generales. De modo que, alarma: Houston, tenemos un problema. Hay que hacer algo. “Tendremos que hacer algo”. Pero, ¿el qué? ¿Qué podemos esperar de la elite empresarial española? ¿Alguien ha oído en las últimas semanas alguna voz autorizada entre los millonetis de turno advirtiendo de la gravedad del momento?
Lo cierto es que nos encontramos ante una crisis económica de profundidad y duración indefinida, sin duda la más grave que ha conocido España desde la muerte del general Franco. Pero, con ser esto importante, no es seguramente lo más grave. Porque no nos encontramos ante una sola crisis, sino ante dos: una política de fondo, que arrastramos desde la primera mitad de los noventa (escándalos del felipismo), sobre la que ha caído como sobrevenida otra económica que a no dudar va a poner en evidencia el malestar difuso, profundo -amortiguado desde el año 96, cuando no sofocado, por el maná del crecimiento económico y la sensación de dinero en la calle de los últimos 12 años- provocado entre muchos españoles por una democracia enferma. Una democracia de baja calidad traicionada por una clase política central que se ha cerrado en banda a las reclamaciones de regeneración de los sectores más sensibles de la sociedad, mediante una reforma positiva de la Constitución del 78, y que desde hace muchos años se muestra a la defensiva ante el empuje de los nacionalismos, empeñados en desgajar a toda costa el edificio del Estado camino de la independencia de sus respectivas regiones.
Ya está claro que la política de appeasement frente a esos nacionalismos de que han hecho gala tanto PSOE como PP no conduce a ningún sitio, porque el apetito de los citados no conoce límite y solo se sentirá saciado con la ruptura de la unidad de España. Y, ojo al parche, no se trata de poner pies en pared, convencidos como estamos, con Ortega, de que “no se puede curar lo incurable” y que el nacionalismo sólo se puede “conllevar”, no resolver. Lo estamos viendo con el esperpéntico episodio de la financiación autonómica y la negociación de los PGE. Leído en la prensa estos días: “Montilla responde a Solbes que no aceptará imposiciones”. Es lenguaje más propio de enfrentamiento entre países soberanos que entre el Poder central y los Gobiernos regionales de un país cuya Constitución consagra la solidaridad entre españoles como principio irrenunciable.
En definitiva, estamos recogiendo las primeras semillas de la cosecha de desconcierto sembrada por Rodríguez Zapatero en estos años. El “bombero pirómano” al que ayer aludía Rajoy en El País (el mundo al revés o no tanto: los polancos entrevistando a Rajoy y Pedrojosé a ZP), o el caso del jefe de Batallón de Derribos del Sistema al que los barones del PSOE colocaron al frente del partido tras el desastre Almunia. Aquellos que, desde la izquierda, criticaban con dureza a quienes advertían de las consecuencias a medio y largo plazo de algunas iniciativas de Zapatero, tal que la desnaturalización de la Constitución mediante la revisión de los Estatutos de autonomía, empezando por el catalán, ya tienen la primera respuesta: “Cataluña no aceptará imposiciones”. Y eso lo dice el PSC, huelga decir lo que opinan CiU, ICV o ERC.
Tiene razón la señora vicepresidenta cuando afirma que al final habrá acuerdo. Ya sabemos cómo. Se trata de darle a la manivela del gasto público, justo lo que más necesitan las cuentas públicas en la actual coyuntura. Como ocurre en los desagües de las presas o después de toda gran tormenta, las aguas de la crisis económica van a sacar a flote el cuerpo exangüe de una crisis política de enorme tamaño y muy difícil solución a estas alturas. Porque esto ha ido ya demasiado lejos, no hay rastro de sentido común entre unas elites nacionalistas dispuestas a pisar a fondo el acelerador de la debilidad del Gobierno Zapatero, y tampoco se advierte fuerza moral y/o intelectual entre la clase política central –me refiero a PSOE y PP- para alumbrar ese gran pacto susceptible de imponer mesura y apuntalar el edificio de un Estado entendido como último baluarte capaz de asegurar la libertad, el bienestar y la solidaridad entre españoles.