Los impuestos y la teoría de Abundio: el caso español
@Carlos Sánchez - 04/06/2008
A Abundio, como se sabe, la voz popular le atribuye la hazaña de vender el coche para comprar gasolina. Una segunda variante, con sede en Navarra, relaciona a nuestro personaje con aquel labriego que cuando iba a vendimiar se llevaba uvas de postre. Abundio es, por lo tanto, y de esto parece haber pocas dudas, un héroe del pueblo a quien se le suele relacionar con un comportamiento un tanto bobalicón y nada malicioso. No estamos ante un taimado y ladino personaje. Abundio es, simplemente, tonto, como el Simón de la canción de Radio Futura.
En la larga vida de la hacienda pública española ha habido innumerables casos que recuerdan a Abundio. Desde las galeras que hacía la ruta de las indias cargadas con oro español pero que descargaban su valiosa mercancía en tierras genovesas, hasta los legendarios banqueros que retrató el gran Ramón Carande, y que atendían al nombre de Fugger o Wesler. Sin olvidar la primera industrialización española de principios del siglo XIX, que enriqueció a la banca francesa o belga, pero que arruinó a las arcas públicas con contratos leoninos imposibles de cumplir. Eso sí, con el plácet de la Corona.
Dios me libre de llamar 'abundios' a las autoridades económicas españolas, pero no me dirán ustedes que otro gallo cantaría si en lugar de bajar los impuestos o cotizaciones sociales durante los años de esplendor económico se hubieran comportado de forma más prudente y hubieran dejado las cosas como estaban. Frente al optimismo gubernamental que habla de que la economía española tiene margen de maniobra para capear el temporal, lo cierto es que ese margen se ha estrechado precisamente por la insensata política fiscal llevada a cabo en los últimos años, y que entre otras cosas impide que ahora se rebaje la carga fiscal del Estado en aras de estimular el crecimiento económico.
En su lugar, lo que ha ocurrido en los últimos años es que se han hecho políticas fiscales procíclicas que han cebado la demanda interna, hasta el punto de que han alimentado la espiral inflacionista, lo que explica en parte el diferencial de precios que mantiene con la zona del euro desde su ingreso en la moneda única, hace ahora 10 años. ¿Que no quieres té? Pues toma dos tazas, que dice el saber popular.
Recortes fiscales injustificados
Ni las condiciones monetarias (enorme liquidez) ni el contexto macroeconómico de los últimos años 90 y los primeros años de este siglo (fuerte crecimiento en EEUU al calor de la revolución tecnológica) aconsejaban aquellas rebajas impositivas, lo que hace pensar que buena parte de lo que ocurre ahora tiene que ver con unos recortes fiscales de difícil justificación. El Partido Popular bajó hasta dos veces el Impuesto sobre la Renta y el PSOE una, lo que explica que el IRPF en lugar de ser la columna vertebral del sistema tributaria se haya convertido en un tributo menos relevante. Y ello sin contar la rebaja de las cotizaciones sociales que alegremente se han destinado a subvencionar parte del empleo que ahora se está destruyendo, lo cual es un auténtico dislate.
Los números cantan. En 1996, el Impuesto sobre la Renta recaudó 34.345 millones de euros, mientras que en 2006 los ingresos totales ascendieron a 67.576 millones de euros. Quiere decir esto que la recaudación se ha multiplicado por dos en el último decenio. ¿Mucho o poco? Depende. Si la evolución se compara con lo que ha recaudado el Impuesto de Sociedades resulta que al Estado se le ha debido quedar cara de Abundio. La recaudación del impuesto que grava los beneficios empresariales se ha multiplicado por cinco en apenas diez años (de 8.917 millones a 39.418 millones), pero es que el IVA se ha multiplicado por dos veces y media (de 24.151 millones a 60.421 millones), lo que quiere decir que el IRPF ha sido el tributo más afectado por los recortes impositivos. Factores como la inmigración, el euro, la caída de los tipos de interés o la llegada de fondos de cohesión en cantidades ingentes, han tenido, desde luego, un mayor efecto sobre el milagro español que los recortes de impuestos, como han puesto de manifiesto infinidad de estudios.
Como todo el mundo sabe, un país no es mejor ni peor por tener impuestos más altos o más bajos. La calidad de una nación se mide por variables como la libertad económica, la capacidad de redistribución de la riqueza, la cohesión social o la eficiencia del sistema tributario, por lo que los impuestos cumplen un papel relativo. El objetivo no es recaudar más, sino recaudar mejor. Y por eso, son un instrumento de política económica de primera mano, ya que permiten influir en los ciclos de forma certera. Y lo que ha pasado en los últimos años es que esa munición se ha malgastado inútilmente con políticas procíclicas que han alimentado la caldera hasta lograr que la economía española creciera por encima de su potencial, lo cual no parece muy razonable si se quiere mantener saneado el cuadro macroeconómico.
¿Se imaginan ustedes lo que se podría hacer en la situación actual con los miles de millones de euros gastados inútilmente en los últimos años? Se podría bajar de una tacada el IRPF, el Impuesto de Sociedades y las cotizaciones sociales, lo cual permitiría gobernar el ciclo económico con políticas de estímulo de la demanda. El ensanchamiento de la oferta económica con políticas liberalizadoras haría el resto. Y aquí paz y después gloria. Ni al mismísimo Abundio se le ocurriría hablar del nombre de la cosa. Si crisis, desaceleración o recesión.