Desvelado el misterio: Zapatero es simplemente un caradura
@Jesús Cacho - 02/06/2008
Al presidente del Gobierno ha vuelto a jugarle una mala pasada el llamado (o así debería serlo) “duende del micro”, ya saben, esa fatal equivocación que consiste en largar cuando uno cree que no le está escuchando nadie, en decir la verdad cuando el político piensa que los micrófonos están apagados, siendo así que ya están conectados. Le volvió a pasar el sábado en Barcelona, durante su intervención en el cincuentenario del Círculo de Economía. Andaba el orondo José Manuel Lara (Planeta) preguntándole por qué diablos no reconoce el Gobierno la realidad de la situación económica, por qué no llama crisis a la crisis, y el de León se despachó con una de esas frases que retratan a un personaje con un simple brochazo: “Si infundes mucho pesimismo, si no dices nada positivo, es peor”.
No corráis, que es peor. Se acordarán ustedes del famoso patinazo presidencial, un escándalo en toda regla, ocurrido durante una entrevista en La Cuatro previa a las generales del 9-M, cuando Gabilondo, con la emisión ya cerrada, los protagonistas de pie en el estudio y los cámaras, técnicos y fotógrafos moviéndose por el plató, formula a Zapatero una pregunta/cuita que durante la hora larga que duró la charla no había tenido a bien plantear: “¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?”. “Bien, sin problemas, lo que pasa es que nos conviene que haya tensión”. Tras haber basado la estrategia de deslegitimación del Partido Popular durante toda la legislatura en la “crispación”, pecado capital de una derecha que no había aceptado al derrota de marzo de 2004, etcétera, etcétera, un fallo de la electrónica, un golpe de fortuna permitió a los españoles desenmascarar al auténtico beneficiario de esa tensión.
Es evidente que el presidente del Gobierno no ha pagado ningún precio electoral por este tipo de “deslices”. Más grave aún fue el reconocimiento explícito por parte del propio Zapatero de haber mentido a los españoles en asunto tan capital como la negociación con ETA, tras la explosión de la terminal T-4. Seguramente se trata de un problema de falta de tradición democrática, unida a una baja autoestima colectiva, pero parece obvio que una parte importante del electorado considera que la utilización de la mentira como arma política por parte del Presidente del Gobierno no merece la sanción moral de los votantes, castigo que en democracia se manifiesta en las urnas. En el cruce de caminos en que se encuentra la sociedad española actual -“consumidores educados en serie, sin referencias culturales, sin pasado, de identidades volubles e intercambiables, puros átomos sin voluntad zarandeados por el flujo incesante de la publicidad” (Jean Claude Michéa)- Zapatero tiene barra libre para hacer y decir lo que le plazca, sin que a millones de españoles les resulte censurable su conducta.
Como era de prever, el Presidente se apresuró ayer mismo a enmendar el yerro de Barcelona con otra de sus frases huecas, francamente ofensiva para cualquier inteligencia medianamente aseada. Sostiene Rodríguez que “el pesimismo no crea ningún puesto de trabajo”, ergo es adecuado engañar a los ciudadanos y no decirles la verdad, porque los españoles son menores de edad, gente imberbe a la que no conviene la descripción cabal de la situación porque podrían no entenderla, o entenderla demasiado bien y pedir entonces las responsabilidades oportunas a un Ejecutivo que, desbordado por la situación, no parece capaz de tomar las decisiones adecuadas para paliar la crisis.
De manera que hay que seguir diciendo a los españoles que los niños vienen de París y los trae la cigüeña. Zapatero descubrió hace tiempo que aquí nunca pasa nada siempre y cuando el que manda haga demostración de colegüeo y buen rollo, siempre y cuando reparta buenismo y sonrisas por doquier. Como ocurría en tantos reinos medievales, el portador de las malas noticias fue asesinado la misma noche del 14 de marzo de 2004 por una sociedad que no quiere saber nada de asuntos, problemas o cuestiones que le saquen del sesteo de la fiesta o de la siesta. No hay crisis que valga. Y si no se reconoce la enfermedad, sobran los remedios. Es evidente que, por más que a muchos ciudadanos les pueda parecer una grave irresponsabilidad, la pose adoptada por Zapatero le está resultando muy rentable desde el punto de vista del marketing político.
Pero, por desgracia para todos, hay muchos españoles que ya están empezando a sentir en sus carnes las consecuencias de la crisis, y muchos más que van a empezar a sentirla de inmediato. La estanflación sobrevuela ya como pájaro de mal agüero los campos de nuestra economía. Datos preliminares hablan de un crecimiento del PIB durante el segundo trimestre de entre un 0% y un 0,1%, con relación al anterior. En términos interanuales, la economía puede estar creciendo ya en el entorno del 1,7%. La aceleración del deterioro económico es particularmente intensa en el caso del consumo de las familias, como ha puesto de manifiesto el INE la pasada semana. El aumento combinado del desempleo y del alza de los precios -la tasa de inflación roza ya el 5%- está socavando la capacidad de gasto de los hogares, asunto crucial desde el punto de vista macroeconómico.
El cóctel de inflación alta, tipos de interés -con el euribor por encima del 5%- elevados, y paro creciente dibujan un horizonte muy negro para el consumo y, por ende, para nuestra capacidad de crecimiento. Dijo Zapatero en uno de los debates electorales televisados ante Mariano Rajoy que “la desaceleración no va a ser ni profunda ni prolongada”. Todo apunta a que va a ser justamente al revés: crisis de caballo, profunda y prolongada. Pero, todos tranquilos: Zapatero dice que no es nada.