Cuevas a Aznar: "Yo te ayudaré con gente e ideas, pero no nos vengas pidiendo el maletín"
José María Cuevas, José María Aznar
José María Cuevas se despidió ayer de la presidencia de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), tras casi 23 años de mandato y a 23 días de cumplir los 72 años. Un incunable. Pétreo, correoso y sagaz donde los haya, es difícil deslindar en estos largos años la historia de CEOE de la de su presidente. Sus enemigos, que haberlos haylos, suelen decir de él que ha sido más un gestor que un empresario, y que ha presidido la patronal durante tanto tiempo por la sencilla razón de que nadie ha querido el puesto, afirmación falsa de toda falsedad, porque aquí das un pregón en la plaza y te salen 5.000 candidatos a presidir CEOE y otros tantos a dirigir el New York Times, y además sin hablar una palabra de inglés.Lo que ocurre es que hay poca gente con el perfil de Cuevas, capaz de dirigir con tiento una organización convertida, al alimón con los sindicatos, en piedra angular de algo tan importante en cualquier país desarrollado como es la paz social. En una España donde ser empresario ha gozado tradicionalmente de mala fama -a menudo ganada a pulso- y peor prensa, ese es un sillón de alto riesgo –como muy pronto descubrirá Gerardo Díaz Ferrán-, a medio camino entre la economía y la política, expuesto a toda clase de pedradas y magulladuras, desde todos los frentes.
No es fácil encontrar el perfil capaz de actuar como director de orquesta de los variopintos intereses que se concitan en CEOE; no es fácil maniobrar con soltura por las procelosas aguas de una organización que conjuga las aspiraciones de los más poderosos y los más humildes; no es fácil hallar el punto de equilibrio entre los intereses del banquero y del fabricante de máquina herramienta; entre la organización territorial más poderosa y la más humilde; entre los grandes sectores industriales clásicos y la emergente nueva economía y los servicios.
Fiel seguidor a lo largo de toda su vida de aquel consejo (“paso de buey, diente de lobo y en todo lo posible hacerse el bobo”) que el gran Fernando Abril-Martorell repartía entre sus amigos, Cuevas es un casi perfecto representante de esa España de la transición o, por decirlo de forma más contundente, del milagro que supuso el paso del franquismo a la democracia. Con todas sus virtudes y también con muchos de sus defectos. Con el sentido común, tan necesario en estos tiempos que corren, por bandera, sentido común imprescindible para olvidar un pasado terrible y encarar el futuro en paz y prosperidad.
Desde CEOE, Cuevas abordó el cambio sin complejos de ninguna clase, elogiando o denostando a ministros socialistas (Solchaga) y conservadores (Rato) cuando juzgó justificado el elogio o la regañina. Impulsor de numerosos acuerdos con los sindicatos, puede presumir de haber sido actor de primer nivel en el proceso de modernización de nuestro mercado laboral que, desde el paternalismo de la dictadura, estaba obligado a adaptarse a los nuevos tiempos conformados por la existencia de sindicatos libres.
Decisivo en la carrera política de José María Aznar (“yo te ayudaré con gente y con ideas, pero no nos vengas pidiendo el maletín”, le reconvino en los noventa, “como hacían Fraga, Suárez o Hernández Mancha”), en 1997 sacó adelante una reforma laboral que, desde muchos puntos de vista, fue contemplada con interés en muchos países con más tradición negociadora que el nuestro, y que sentó las bases del periodo de crecimiento del que todavía disfrutamos.
La primera consecuencia de esa reforma (que hay que apuntar también en el haber de Gutiérrez y Fidalgo, por CCOO, y de Méndez, por UGT) fue la vuelta a un ritmo de creación de empleo que posibilitó el abandono de aquellas escandalosas cifras de paro, próximas al 23% de la población activa, que recibimos como peor herencia del felipismo. Aquella reforma asentó el clima de paz social del que desde entonces disfruta España, la música callada, la soledad sonora que hoy se escucha por calles y plazas, y que es quizá el gran regalo que este hombre le ha dejado a la sociedad española, un mérito, conviene insistir, en el que tienen su parte alícuota los dos grandes sindicatos, con sus respectivos líderes, a la cabeza.
Parte de dicho mérito consistió en resistir las presiones de quienes, desde las propias filas del empresariado, eran partidarias del palo y tente tieso con los sindicatos, de quienes pretendían que fuera el propio Gobierno Aznar quien, manu militari, impusiera esa reforma vía decreto, satisfaciendo las aspiraciones maximalistas de algún que otro liberal de nuevo cuño, siempre dispuesto a oponer argumentos productivistas y utilitaristas a los mensajes demagógicos de las izquierdas sociales.
La labor de Cuevas ha ido más allá. La presidencia de la gran patronal se ha convertido en un cargo rodeado cada día de mayor significado político. En un Estado sometido a los crecientes vaivenes del nacionalismo periférico, una organización como CEOE (idea extensible a los sindicatos CCOO y UGT, sobre los que pesa igualmente la amenaza de la partición en taifas autonómicas) encarna un concepto/idea unitario que opera como salvaguarda del mercado único y entorpece los designios de quienes bogan a favor de las partes y en contra del todo.
Nobody’s perfect, cierto, y tal vez el más notable error de Cuevas haya sido no saber retirarse a tiempo, y haberse presentado a la última reelección, hace poco más de un año, cuando ya su salud reclamaba el relax de su cenobio de Riaza. Pelillos a la mar: su contribución al bienestar colectivo y a la paz social ha sido tan importante en estos años, que los españoles de bien deberían hoy dedicarle un íntimo y personal gesto de agradecimiento. Se lo merece.