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El drama humano que Madrid vivió en la madrugada del 1 de noviembre, recinto del Madrid Arena, ha puesto de manifiesto una serie de cuestiones que tienen que ver con la profunda crisis política e institucional, naturalmente de valores, por la que atraviesa nuestro país en este final de régimen; cuestiones no por sabidas menos evidentes, tal que la corrupción –leyes que no se cumplen, permisos que se otorgan de tapadillo, controles de seguridad que se omiten- generalizada en que vivimos; la falta de democracia de unos partidos que ventilan sus querellas internas al margen del interés de los ciudadanos –la elección de Ana Botella como alcaldesa de Madrid-, y, en general, la tan repetida en estas páginas pobre calidad de la democracia española.
El espectáculo más bochornoso, políticamente reprobable, de la tragedia aludida no fue la rueda de prensa protagonizada el viernes por Ana Botella, sino las explicaciones dadas en la mañana del mismo día por el vicealcalde de Madrid, Miguel Ángel Villanueva, reflejo de esa clase política que se lava las manos y se niega a asumir responsabilidades cuando ocurre alguna desgracia, porque la responsabilidad es siempre del maestro armero. En efecto, sin dato fidedigno alguno, el aludido se apresuró a certificar que “se habían cumplido las normas de seguridad y no se había completado el aforo”. Lo que Villanueva en realidad quería decir es que el Ayuntamiento no había tenido nada que ver en la tragedia. “Nosotros no hemos sido”. Y ello cuando decenas de jóvenes aludían ya en radios y televisiones a la situación de un recinto donde no se podía dar un paso, y en el que seguramente se habían vendido más entradas de las permitidas, además de haberse franqueado el acceso a menores, como prueba el fallecimiento ayer de Belén Langdon, de 17 años.
La señora no ha pasado de ser un juguete en manos de ciertos prohombres del PP dispuestos a utilizarla como señuelo
La alcaldesa, 58, no dio la cara. Elegantemente vestida de negro, nerviosa, envarada, con ese rictus de marquesa ultrajada por el servicio que en ella produce la cercanía de los micrófonos, la señora acudió al Anatómico Forense para dar el pésame a una de las familias afectadas. Compareció por fin el viernes 2, parapetada tras su guardia de corps municipal, dispuestos ellos a asumir el coste de la prueba y evitar males mayores a una mujer que sin verbo, sin lecturas, sin cultura -política y de la otra-, más allá de la ideología conservadora mamada en el entorno de una familia de clase media madrileña y en un colegio de las Madres Irlandesas, suele meter la pata hasta el corvejón cuando la explicación requiere una mínima elaboración teórica, poniendo día tras día de manifiesto que no está capacitada para regir el Ayuntamiento de una ciudad como Madrid.
Conviene decir enseguida que Botella no es la única responsable de los desaguisados que soporta la capital del Reino desde diciembre de 2011. La señora no ha pasado de ser un juguete en manos de ciertos prohombres del PP dispuestos a utilizarla como señuelo en la consecución de sus fines; un valioso peón en el tablero de ajedrez de un Alberto Ruiz-Gallardón dispuesto a protagonizar su particular asalto al poder de la presidencia del Gobierno. Muy criticado por el ala derecha del partido a consecuencia de su largo idilio con la progresía patria, el ex presidente de la CCAA y ex alcalde no encontró mejor argumento para ganarse la confianza de los duros del PP y el apoyo expreso de José María Aznar, el hombre que sigue manejando en la sombra esa poderosa facción, que incluir a su mujer en las listas electorales del Ayuntamiento de la villa y corte como número dos.
Un juguete en manos de los ricos del lugar
La jugada, de momento, le ha salido redonda. Elevado por Mariano Rajoy a la condición de ministro, Gallardón no ha tardado, como de costumbre, en descubrir sus cartas. Lejos de los ministerios con mayor protagonismo, Albertito, antes muerta que sencilla, mejor lapidada que callada, se ha dado prisa en anunciar una reforma del Código Penal que ha entrado a saco en asuntos tan polémicos como el aborto, lo que, además de poner en evidencia su verdadero gen ideológico, le ha granjeado la desafección de buena parte del estamento judicial. Y es que, como reconocen en Génova, “Alberto tiene su propia agenda política”. Asustado por la respuesta, parece que el Don ha dado marcha atrás. Toca repliegue y cambio de estrategia. Su situación, en efecto, parece más vulnerable que nunca, en tanto en cuanto su futuro depende del hombre –si Rajoy decidiera dejarlo fuera del Ejecutivo en una futura remodelación del Gobierno, nuestro héroe quedaría en la puta calle- a quien no dudaría en mover la silla si la ocasión le fuere propicia.
El control del Ayuntamiento capitalino es de gran importancia para el lobby que hoy parte el bacalao en Madrid
Es evidente que, a cambio de hacer alcaldesa a su señora, Gallardón cuenta con el apoyo de Aznar en su sueño de conquistar Moncloa. Es evidente, también, que toda la operación se hubiera venido abajo de no contar con la complacencia del ex presidente. Una cuestión de bemoles, algo que ni siquiera Francisco Franco se atrevió a hacer con susanta, Doña Carmen. Y de orgullo. Orgullo y pasión. Pasión por el dinero. Porque el caché de nuestro Franquito en consejos de administración y asesorías varias está directamente relacionado con su capacidad para seguir influyendo en el partido, en el Gobierno y en instituciones tan importantes como el Ayuntamiento madrileño.
El control del Ayuntamiento capitalino es de gran importancia para el lobby que hoy parte el bacalao en Madrid, el grupo de presión que le atiza 300.000 euros anuales por sentarse una vez al mes en el consejo de Endesa, el dúo de marras y sus influyentes socios y amigos, que, tras haberse acostado con Zapatero, le ficharon para protegerse ante el cambio de Gobierno que se avecinaba. Y ahí está ella, convertida en juguete, osito de peluche en manos de esos ricos madrileños que aspiran a salir del bache organizando los Juegos Olímpicos de 2020, construcciones a mogollón, una de esas operaciones que, con el país en la ruina, causa sonrojo dentro y perplejidad fuera de España. Perplejidad aliñada con la sospecha de que la clase dirigente española ha perdido definitivamente la sesera. La Doña repite como un loro parlanchín que los Juegos “serán muy buenos para Madrid”, algo que seguramente oye en casa, de la misma forma que hace semanas, maestro Ciruela, repitió aquello de que “parece inevitable que el Gobierno tenga que solicitar algún tipo de rescate”.
La corrupción y sus consecuencias
Para las cuatro familias que han perdido a sus hijas de forma tan cruel como estúpida, la presencia de Ana Botella en la alcaldía de Madrid no hace sino aumentar su tragedia. Simplemente el Ayuntamiento de Madrid no reconoce ningún error en lo ocurrido: “se cumplieron los protocolos, los reglamentos y lo que dicta la ley”. Lo dicho: nosotros no hemos sido. Las evidencias en contra son abrumadoras: apenas cinco vigilantes en el interior del local; todo apunta a que el aforo se sobrepasó con creces (como ha reconocido el juez decano de Madrid, González Armengol); los cacheos o no existieron o fueron muy laxos; se permitió, contra la ordenanza municipal que expresamente lo prohíbe, un megabotellón en los alrededores del recinto; se franqueó la entrada a menores; las salidas de emergencia estaban “cerradas” o “bloqueadas”. La empresa organizadora no podía alquilar la instalación por deber al Estado 26.000 euros. Y ayer tarde supimos que el Madrid Arena “carecía de licencia de funcionamiento”, según el Sindicato Unificado de la Policía (SUP).
Instituciones cuarteadas por los chanchullos entre poderosos y por una corrupción galopante que parece no tener fin
Sin embargo, nadie asume responsabilidades. Dentro de 10 años, la Justicia emitirá una sentencia por la que, en el mejor de los casos, los responsables penales de la tragedia podrían recibir una condena de cuatro años de cárcel como pena máxima. Nadie dimite. País que no funciona. Instituciones cuarteadas por los chanchullos entre poderosos y por una corrupción galopante que parece no tener fin. En estas páginas hemos aludido de forma reiterada a los perniciosos efectos que la corrupción económica tiene sobre la igualdad de oportunidades y la creación de riqueza y empleo. Hoy toca hacer notar los dramáticos efectos que la corrupción municipal tiene sobre la seguridad y la vida de las personas.
Un último apunte, que es a la vez una petición a la familia Aznar. Seguramente Ana Botella es una estupenda ama de casa y una madre/abuela ejemplar que, como política, ha demostrado ser capaz de alcanzar los niveles de incompetencia de tantos hombres. Don José María, un poquito de por favor, anime a su señora a dejar la alcaldía; aunque usted la necesite para sus negocios, ahórrele este suplicio y déjela ir a casa. Le quedan dos años largos en el cargo, demasiado tiempo para que esta mujer extraviada llegue al final de mandato en sus cabales. Usted hará una obra de caridad y nosotros dejaremos de sentir era insuperable sensación de vergüenza ajena cada vez que la vemos balbucear ante un micrófono.
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