@Carlos Sánchez - 21/01/2008
En Bringing Up Baby, una deliciosa película firmada en 1938 por el gran Howard Hawks (que en España se llamó La Fiera de Mi Niña), Cary Grant es un tímido paleontólogo volcado en la reconstrucción del esqueleto de un brontosaurio al que únicamente falta una clavícula intercostal. Está a punto de casarse con su anodina y secretaria, pero de pronto irrumpe en su vida la sobrina de un multimillonario -su mecenas- que lo saca de su previsible y rutinario mundo. De la noche al día, una carrera planificada al milímetro durante años, se viene abajo por la irrupción de una fuerza de la naturaleza como es Katharine Hepburn, quien acaba por sacar a Gary Grant de sus casillas. Hasta el punto de que el científico se ve obligado a abandonar la reconstrucción del esqueleto, la obra de su vida.
Desconozco si Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón han visto el filme, pero pensando en la tumultuosa relación entre los dos colosos de la política madrileña -en el sentido autonómico del término- me ha venido a la cabeza La Fiera de Mi Niña, donde en última instancia se viene a poner de manifiesto cómo lo previsible sucumbe casi siempre ante la ambición. Cómo Katharine Hepburn (Esperanza Aguirre) siega la hierba debajo de los pies del alcalde poniendo fin (al menos eso es lo que se divisa ahora) a una trayectoria política meticulosamente trabajada desde sus tiempos de delfín de Manuel Fraga Iribarne. No es que el alcalde no sea ambicioso, todo lo contrario, pero sí da la sensación de que sin esperarlo se ha encontrado con la horma de su zapato. La fiera de mi niña le ha roto los planes, como la Hepburn a Grant.
Hacer un traje de chaqueta ideológico a la medida de Esperanza Aguirre es lo más fácil del mundo. Que si es rica, y por lo tanto estamos ante una ciudadana sospechosa casi de haber participado en la conspiración para matar a Kennedy. Que si es de derechas, lo cual puede parecer una redundancia, aunque no siempre lo sea. Y, sobre todo, lo que es peor, que si le gusta jugar al golf. Como se sabe, una perversión incalificable viniendo de alguien que declara tener problemas para llegar a final de mes. Hay quien piensa que si a un ciudadano le gusta meter una insípida pelotita blanca llena de granos en un ridículo agujero colocado estratégicamente sobre un tapiz verde de hierba que no levanta un centímetro, no es de fiar.
Estos tópicos son los que dibujan la imagen pública de Esperanza Aguirre para un porcentaje importante de la población, tal y como señalan las encuestas. Como respuesta a este retrato estereotipado, otros muchos españoles -parece fuera de toda duda que estamos ante una líder nacional- piensan que se trata de una mujer luchadora a quien nadie le ha regalado nada y que, además, no va de 'marquesona', como dice esos 'progres' de tres al cuarto. Para demostrarlo, recuerdan que de vez en cuando se pone chulapa, y hasta en su día bailó un chotis con el difunto Jesús Polanco. Casi 'na'. Hay fotos que dan fe de ello.
Otra realidad
Detrás de estos estereotipos, sin embargo, se encuentra una realidad bien distinta. De entrada, Esperanza Aguirre reclama ser tan liberal como Stuart Mill, Adam Smith y Von Hayek, pero lo cierto es que se ha rodeado de un equipo tan monocorde en la Comunidad de Madrid (hay quien lo llama cohesionado) que esa pluralidad intrínseca al mejor liberalismo no se ve por ninguna parte. Aguirre sostiene tan a plomo su discurso básico que a veces da hasta miedo pensar que ella mismo se lo pueda creer (afortunadamente no ocurre así y su política es bastante diferente a lo que predica). La Comunidad de Madrid interviene en la economía de la manera descarada (directa o indirectamente), y hasta los niveles de inversión pública son más que aceptables. El tamaño de la cosa pública (un barómetro útil para medir la temperatura del liberalismo) no vayan a pensar que se ha reducido. Y algunos programas de Telemadrid están ahí para demostrar quien manda. Parece obvio, por lo tanto, que eso del laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) no va, desde luego, con ella. Como se ha demostrado la última semana.
Sus errores, por lo tanto, están en otro ámbito. Ella sabe que lo que diferencia al liberalismo de otras ideologías es, precisamente, su permeabilidad a otras formas pensamiento. Pero en lugar de abonar la diversidad para que las ideas florezcan, lo que hace Aguirre es rodearse de cortafuegos (utilicemos una metáfora dulce) que siegan de raíz cualquier crítica interna. ¿Es este un mal cultivado sólo por Aguirre? Evidentemente que no. La pobreza ideológica recorre los despachos de los partidos políticos sin pestañear. En el PSOE el 'jefe' dice que hay que liquidar el Impuesto sobre el Patrimonio y no se mueve ni una mosca. En el Partido Popular, el propio Gallardón ha construido en torno suyo una guardia pretoriana -prieta las filas- que sólo rinde cuentas ante el procónsul. Al margen, incluso, del partido que lo sustenta con su capacidad organizativa. Y lo que es peor, haciendo gala en público de que él es el auténtico enfant terrible de la derecha española.
Pocas cosas son menos liberales que aferrarse a la disciplina de partido para evitar que el adversario (aunque proceda de la misma formación) pueda hacer sombra en vísperas de un hipotético descalabro electoral del jefe de filas (sin duda el responsable de lo que ha acontecido). Sobre todo cuando está en juego nada menos que la toma del palacio de la Moncloa, en el sentido metafórico del término.
Sin rivales
Esperanza Aguirre tiene legítimo derecho a querer ser candidata a la sustitución de Rajoy, méritos electorales no le faltan, pero ella sabe que no hay democracia sin competencia. Sin rivales. Y para ello se necesitan partidos abiertos en los que quepan no sólo los afiliados, sino también los simpatizantes que quieren jugar algún papel en el proceso de elección de los candidatos. Y, por su supuesto, los dirigentes del propio partido. ¿O es que Gallardón no ha hecho méritos para ser diputado tras cuatro mayorías absolutas para su partido? Ya se sabe la vieja máxima del canciller Adenauer. En política hay adversarios, enemigos…, y compañeros de partido.
Este planteamiento liberal es el que se ahoga con la estrategia de vetar que el alcalde pueda ser diputado poniendo en peligro -ya veremos lo que pasa al final- la posibilidad de que el PP recupere el Gobierno. El giro que ha dado la campaña en la última semana -lo dirán en los próximos días los estudios de demoscopia- es más que evidente. El Partido Popular se ha alejado del centro y eso lo pagará. El perfil que está dando Manuel Pizarro a su campaña, lejos de ayudar, agrava el problema. Profundiza en el error. Alguien debe decirle que una cosa es dirigir un país y otra presidir un consejo de administración.
Sería obviamente injusto culpar a la presidente de la Comunidad de Madrid de los males del sistema español de partidos, pero choca que alguien que se proclama liberal no cuestione el sistema de elección de los candidatos, donde radica, sin lugar a dudas, el problema de fondo del affaire Gallardón-Aguirre.