Los lógicos han estudiado ampliamente la llamada paradoja del mentiroso, una situación que se plantea cuando, por ejemplo, alguien afirma que no afirma nada. Si suponemos que lo que afirma es verdad, entonces lo que afirma es falso y si suponemos que lo que afirma es falso, entonces lo que afirma es verdad. La paradoja nos enseña que es posible decir cosas perfectamente coherentes, en apariencia, pero que no pueden ser ni verdaderas ni falsas, sino un puro sinsentido.
La cuestión me ha venido a la cabeza al pensar en la declaración de Zapatero reconociendo que había mentido al negar que hubieran existido contactos con la ETA después del atentado de la T4. Zapatero ha dado muestras suficientes de que la buena lógica no es precisamente una de sus grandes preocupaciones y, en materia de paradojas, suele encomendarse a Pepiño, un tipo que no parece extraordinariamente sutil y va más bien al bulto.
Pese a recordar a Epiménides, el cretense que primero incurrió en la paradoja al decir que todos sus paisanos mentían siempre, lo que me intriga en este caso no es la lógica de Zapatero, desde luego muy difusa cuando no incoherente, sino su psicología. ¿Por qué admitió que ni él ni los miembros de su Gobierno habían dicho la verdad después del atentado de Barajas?
Lo primero que se puede pensar es que de este modo salía al paso de una posible información de ETA sobre los tales contactos. Ahora bien, si Zapatero teme lo que pueda decir ETA, ¿cómo no ha tomado más precauciones? Un presidente dispuesto a admitir en público que lo de Barajas había sido un accidente, debería haber obtenido alguna contrapartida de peso equiparable a concesión semántica tan importante. Este análisis nos revela a un Zapatero dispuesto a lo que sea con tal de conseguir algo, disposición que no es la más recomendable cuando se negocia con gente de esa calaña. En este caso, Zapatero no solo habría cometido el error de negociar con ETA, yerro que ahora dice no volverá a cometer, sino, sobre todo, el error de haber negociado muy mal con ETA, sin cubrirse las espaldas con una buena dosis de desconfianza y sin haberse ganado el favor del PP por anticipado.
Otra forma de entender la confesión de Zapatero es que haya podido creer que el destape le beneficia directamente. Puede que Zapatero crea que quien dice haber mentido deja de ser mentiroso. Para creer tal cosa hay que ser muy osado, cosa que Zapatero es, sin duda. Hay que ser muy osado, porque hay que creer que los mentirosos son gentes que sólo mienten una vez y jamás vuelven a hacerlo. Como sustentar esta creencia le descalificaría por completo, hay que suponer que no le da demasiada importancia a que la gente le vea como alguien capaz de mentir, si ello le resulta conveniente en un momento determinado. Al fin y al cabo, debe pensar, esto es lo que hacen cada día los que saben cómo aprovechar las reacciones del público que les escucha, la mayoría de los políticos y, más en general, mucha gente, incluidos los periodistas.
Una tercera hipótesis se basa en la candidez del Presidente: la mentirijilla salió a flote como consecuencia del hábil interrogatorio al que fue sometido por uno de nuestros primeros espadas de la cosa. Por más que sea una hipótesis arriscada, seguro que hay personas que la dan por válida. La hipótesis más razonable, con todo, es la segunda. Zapatero miente siempre que le conviene porque sabe que hay un número suficiente de personas dispuestas a creerle. La prueba de que esto es así nos la proporciona, a renglón seguido, en la misma entrevista, cuando afirma que consintió en la continuación de los contactos ante la presión de instancias internacionales, obviamente incógnitas. ¿Hay alguien que pueda creer que el Zapatero que retiró las tropas de Iraq frente a presiones de todo tipo es incapaz de mandar estarse quietos a quienes negociaban en su nombre, nacionales o extranjeros?
Zapatero retiró las tropas porque creyó que le convenía; dejó que siguiesen las conversaciones porque creyó que le convenía; admite que mintió porque le conviene y miente, a continuación, por las mismas excelsas razones. Todo indica que lo hará siempre que le convenga y que, dado el panorama, le conviene mucho, de modo que no sabremos ni lo que hace ni lo que se propone hacer con ETA.
Los tres análisis concluyen en que Zapatero no es fiable. Hay gente que prefiere un presidente que no sea fiable con tal de que sea de izquierdas, aunque convendría que se preguntasen cómo saben que es de izquierdas si es tan poco fiable. Rubalcaba aumentó su muy bien merecida fama el día que, en plena jornada de reflexión, aseguró que merecíamos un Gobierno que no mintiese. Rubalcaba no estaba dando una lección de ética; simplemente, le convenía llamar mentiroso a Aznar: eso fue todo. Como Rubalcaba, Zapatero sabe que la mentira es rentable y que todavía le queda algún crédito para emplearla a fondo.
José Luis González Quirós es analista político y escritor.