Vuelve Rato, tiembla Madrid
@Jesús Cacho - 30/06/2007
"Está claro que somos los dos nombres en pista", manifestaba el poderoso ministro de Economía a quien esto suscribe en pleno proceso sucesorio, "pero no me consta que haya un corrimiento hacia Rajoy, es más, a mí me dicen lo contrario, que soy yo, claro que esos pueden ser los pelotas de turno... Pero la decisión está entre los dos. La verdad es que en este momento no percibo que yo esté de capa caída, no veo indicio de prelación de uno sobre otro. Yo creo que el presi probablemente lo tiene ya muy pensado, aunque está manteniendo las cartas muy juntas, sin una rendija"
Y tanto que sí. Tan pensado lo tenía que por aquel entonces Rato había sido ya descartado en favor de Rajoy, víctima –además de desencuentros tan sonoros como la crisis de Iraq- de unos sabrosos informes que los aides de chambre de Aznar en Moncloa, al mando de Carlos Aragonés, habían ido poniendo sobre su mesa de trabajo a propósito de la crisis, con suspensión de pagos incluida, del grupo de empresas familiar de los Rato y las ayudas aportadas por el poderoso lobby de amigos del ministro –desde Villalonga a Pizarro, pasando por César Alierta y Francisco González , sin olvidar el inevitable Botín- para salir del atolladero.
Porque el problema de Rato residía en la trama de intereses empresariales que giraba en su derredor (en aquel tórrido julio, de nuevo hizo gala de su poder colocando a dos amigos, Tato Goya y Santiago Cobo, el propio de Teófila Martínez, en el consejo de Gas Natural, sin saber nada de gas ni falta que hacía).
Last but not least, el ministro chocó con la férrea oposición de la señora presidenta, cherchez la femme!, que literalmente "no puede con él, es superior a sus fuerzas", sobre todo desde que decidiera separarse de su legítima, Gela Alarcó, para arrejuntarse con una periodista del grupo Prisa, Alicia González, con la que actualmente convive, cambio de pareja que el conservador dúo monclovita, como había ocurrido con Juan Villalonga, llevaba muy malamente. Por aquel entonces, la vida sentimental del personaje se había convertido en motivo de conversación en los cenáculos del madrileñeo nuestro de cada día.
-¿No estás cansado de estas historias, Rodrigo?
-Sí, estoy hasta los cojones, pero como no hay solución, pues no hay más remedio que aguantar y tomárselo con resignación cristiana.
Para protegerse de las inclemencias de su currículo y de los riesgos de una democracia plagada de simples salteadores de caminos, el poderoso Rato desarrolló una peculiar relación de complicidad con los grandes barones de la prensa, a los que cuidó hasta la extenuación incluso a costa de los intereses del PP (no digamos ya de los de la libertad de información), con especial dedicación al cañón Bertha de Jesús Polanco, el medio potencialmente más peligroso para el futuro de su carrera política. Para el periodista individual con cierto apego a su independencia, sin embargo, la relación con Rato estaba siempre abocada al espasmo violento, del blanco al negro sin solución de continuidad, porque, tipo intelectualmente tan solvente como sobrado, exigía fidelidad cercana al vasallaje. Nunca quien esto escribe tuvo broncas tan sonoras como las que sostuvo, a cara de perro, con Rato, discusiones generalmente relacionadas con mis escritos en La Rueda de la Fortuna del diario El Mundo. La alternativa era el sometimiento.
Aznar dejó efectivamente a Rodrigo Rato con tres palmos de narices, demostrando que, al final, su magnífico desempeño en la gestión de la Economía le valió de poco (como le ocurriría al propio PP el famoso 14-M) a la hora de la sucesión. En el trance, sin embargo, el asturiano hizo gala de la perfecta compostura del gentleman dispuesto a demostrar cómo salir inmaculado de una laguna enfangada. Ni un mal gesto. Chapeau. ¿Hay vida después de la política? La respuesta llegó vía presidencia del FMI. Imposible imaginar salida más airosa para personaje con tanto poder y tan pocos posibles, aunque no se pueda decir que es precisamente pobre.
Un peligro llamado Zaplana
Pero Washington es el sitio más aburrido del mundo, con tasas de suicidio superiores a Finlandia, y don Rodrigo lleva la política inyectada en vena, de modo que todos y cada uno de los que, en estos tres años largos, le han visitado junto al Potomac han vuelto para certificar lo obvio: que el personaje no hablaba de otra cosa que de España y de la política española, progresivamente escandalizado con la deriva que iba tomando el país a cuenta de las hazañas del solemne que hoy ocupa la presidencia del Gobierno. Sin embargo, solo por una razón, manifestaba a sus íntimos, dejaría el Fondo para regresar a Madrid dispuesto a remangarse: en caso de que los manejos de Aznar terminaran provocando la caída de Rajoy, para colocar en Génova a un Eduardo Zaplana muy apoyado por algunos medios, pero a quien Rato simplemente no soporta.
Hoy Zaplana habita en las zahúrdas del PP con todo el futuro a su espalda, como tantos otros en espera del finiquito definitivo. Rato regresa y no para casarse, una de las pocas cosas que se pueden hacer en Washington sin despeinarse. Teresa, una mujer toda eficacia que lleva más de 20 años a su lado, dijo el viernes en Onda Cero que "vuelve a la empresa privada". Ella sí que sabe. Sabe que su tiempo político ha pasado, como el del propio Aznar, y que ya no es hora de ganar 6.000 euros al mes cuando cualquiera de sus amigos empresarios, a los que él mismo encumbró, ganan 10 veces más en el mismo espacio de tiempo. Lo cual no quiere decir que su capacidad para influir en la derecha vaya a sufrir menoscabo, entre otras cosas porque su caché como eventual presidente de una gran empresa dependerá precisamente de su capacidad para seguir enredando en la esfera política.
Lo cual nos coloca de bruces ante la visión desolada de un nombramiento que ineludiblemente será 'político', en la más directa acepción del término, y que no hará sino profundizar en los viejos males de nuestra economía, muchos de los cuales anidan en las antiguas empresas públicas presididas todavía, en su mayoría, por los amigos de Rato. Todos fueron cooptados, con la aquiescencia de Aznar, para conformar el más formidable grupo de poder que haya conocido nuestra democracia. Al final, el grupo resultó consumido en sí mismo como un fuego fatuo tras el 14-M, a la defensiva, evidencia de la cortedad de miras de una operación de poder que no se planteó la necesidad de transformar los fundamentos de un capitalismo de vía estrecha como el nuestro.
Colusión de lo público y lo privado
El español es un capitalismo estatal y bancario, hiperconcentrado tras la era Aznar, tan vulnerable como siempre al poder político, presto a ponerse al servicio del partido del Gobierno en cuanto cambian las tornas. El aznarismo, con Rato como mascarón de proa, contribuyó a consolidar esa relación de dependencia del poder económico frente al poder político. "Confío en que al día siguiente de que hayamos ganado las elecciones, los actuales presidentes de las empresas privatizadas presenten su renuncia, sin necesidad de que les digamos nada" dijo Zapatero a El Confidencial en febrero del 2003. Quienes se negaron a tirar la cuchara sobre mantel de fina holanda al estilo Cortina, o no abrieron de par en par las puertas de la casa, al estilo Alierta, para que los Polancos entraran sonrientes bajo el arco de medio punto, han sufrido el asedio de las huestes de Moncloa con sus Sebastianes a la cabeza. Y es que estas empresas son fuente inagotable de recursos con los que hacer favores, colocar políticos en cesantía o financiar al partido sin tener que ir al banco.
Este es el gran fracaso de ocho años de Gobierno del PP, la incapacidad de un partido dizque liberal para transformar, desde bases de comportamiento democrático, las relaciones entre poder político y poder económico. Ahora viene Rato a ocupar una presidencia política. Más de lo mismo. La auténtica transición democrática en el mundo económico deberá seguir esperando. Seguimos condenados a soportar el intervencionismo del Gobierno, la eterna colusión entre lo público y lo privado, y la utilización partidaria de los organismos reguladores. La vida sigue igual, aunque un poco peor para Mariano Rajoy, a quien la noticia cogió el jueves totalmente por sorpresa: si antes tenía a uno enredando, ahora tendrá dos. O tres, que no conviene olvidarse de Gallardón. Los Dioses le amparen.