Las palabras, que tratan de reflejar la profundidad de la crisis, se descontextualizan por su uso reiterado sin efectos terapéuticos. Pierden sentido porque cuando revelan tragedias y urgencias, en la política española, ninguno de los afectados recurre a la catarsis.
La democracia española está desnaturalizada y ha perdido la virtualidad de permitir una sociedad transitable. Las encuestas son tozudas e indiscutibles. Se han roto los nexos de unión de la mayoría de los ciudadanos sus representantes y las instituciones.
Es casi imposible encontrar una institución en la que confíen los ciudadanos. La lista sería interminable, pero desde luego no se salvan ni los partidos, ni los sindicatos, ni los organismos reguladores de la vida económica, ni las organizaciones empresariales. Y tampoco la Monarquía. Este barco que es España, tiene tantas vías de agua que no admite recomposiciones; no sería exagerado hablar de una refundación como país.
La pasividad de los responsables de esta situación indican claramente que les falta coraje porque entienden que, desde la comodidad aparente de su situación actual, los cambios imprescindibles reducirían sus privilegios. Sencillamente no están por la labor.
La Monarquía es la última institución que ha entrado en la trituradora social. Siempre estuvo sujeta por alfileres, anclada en la creencia de que había sido una herramienta útil de la transición.Fue implantada con fórceps, como solución de un tránsito de la dictadura, en la que la figura del entonces príncipe había estado comprometida, a la democracia posible. Entonces, el riesgo de involución, la insoportable realidad del terrorismo y el poder que tenían todavía los militares del franquismo, nos empujó a los brazos de una corona reinventada. Ese idilio forzado por la tozudez de los hechos, se ha roto.
No hay entusiasmo republicano y hay desafección monárquica. La Constitución tiene las costuras rotas por la falta de consenso de la conceptualización de España y por la incapacidad de dar respuesta práctica a las demandas imprescindibles de los ciudadanos.
La única solución para evitar el caos es una refundación de la democracia española que parta de un nuevo proyecto constituyente. El problema es que el tiempo es limitado y mañana puede ser demasiado tarde.