EUROPA HA MUERTO, VIVA ALEMANIA
El 3 Octubre los alemanes celebran 21 años de la Unificación.
Si tienes sólo 21 años quizá no recuerdes que por aquel entonces había dos alemanias, una en el Oeste, la República Federal Alemana y otra en el Este, la República Democrática Alemana, comunista, separada de la RFA por un muro que cayó en 1989.
Recordar esto quizá pueda parecer superfluo, por sabido, pero yo creo que conviene recordar que lo que ahora parece normal, cotidiano, sobreentendido, en realidad no es ni mucho menos algo que debamos dar por hecho.
Hace apenas un par de décadas el mundo era diferente. La diferencia, sobre todo, la marcaba Europa dividida, separada por el llamado “telón de acero”. Es decir, Europa no existía. La Europa geográfica existía, claro, como ya existía hace 1.000 años, pero no Europa como concepto político. Como mínimo habría que hablar de dos europas, como había dos alemanias.
El gran tema político europeo por aquellos años, tras la caída del muro de Berlín, era la unificación alemana y la desintegración de la Unión Soviética. Dos fuerzas en sentido contrario.
En España intentábamos quitarnos la roña de la dictadura con la sensación de asistir a momentos vertiginosos y trascendentales en la historia. Uno de los actores importantes de aquellos momentos en Europa fue el entonces Presidente del Gobierno de España Felipe González, junto al también socialista Presidente Francés Francois Mitterrand, la conservadora Margareth Thatcher en Gran Bretaña y el también conservador Helmut Kohl en Alemania.
A Thatcher y a Mitterrand (recuerda, socialista y conservadora) la unificación alemana les daba miedo.
Tenían la edad suficiente para haber vivido en propias carnes la II Guerra Mundial: ¡60 millones de muertos!
Si eres tan joven como para creer que eso fue hace tanto tiempo que no importa que se olvide, te recordaré que aún vive gente que vio todo eso y aún sufre pesadillas como si todo hubiera sucedido ayer.
Felipe González, socialista, fue uno de los apoyos de Helmut Kohl, conservador, para deshacer las reticencias de los países europeos a la unificación alemana.
Al final Thatcher y Mitterrand cedieron. Por aquel entonces el concepto de Unión Europea todavía no existía como tal: se llamaba Comunidad Económica Europea. Y una de las monedas de cambio en todo ese proceso fue precisamente el concepto de Unión Europea asociada a una moneda única: el Euro.
Dicen que fue una de las exigencias de Francois Mitterrand a Helmut Kohl.
La unificación alemana primero, la introducción del Euro después, son dos del los hitos de la historia moderna, asociados los dos uno como consecuencia del otro. Las dos columnas de la Unión Europea. Al menos así se ha visto hasta ahora por todos sin excepción. Hasta ahora.
La semana pasada un artículo de un prestigioso columnista y director de un “think tank” en Bruselas, Wolfgan Munchau, en Der Spiegel titulado “Porqué la unidad alemana fue un error” aporta una lectura a esos dos acontecimientos en sentido totalmente contrario: la unificación alemana fue un error y justamente el virus que matará a Europa.
Mitterrand y Thatcher sabían que jugaban con fuego. Mientras todos los europeos bien pensantes creían que la unidad alemana traería al fin la estabilidad a Europa, ellos temían que Alemania impusiera otra vez su hegemonía económica, demográfica y política en Europa.
La unificación alemana ha costado, y cuesta, una ingente cantidad de dinero: dos billones de Euros. La crisis financiera europea son cacahuetes comparado con eso. Los alemanes creen que están cansados de pagar con sus impuestos las fiestas europeas. En realidad de lo que están cansados es de pagar una fiesta: la del 3 de Octubre de 1991, preludio, según Kohl, de “paisajes floridos” en Alemania.
Y no es sólo una cuestión de pagar impuestos. La unificación llevó a Alemania a una crisis económica sin precedentes en la postguerra. Alemania era el enfermo de Europa. Pero, como era otra vez la potencia hegemónica podía también imponer las recetas: rompió las reglas europeas de estabilidad, forzó al Banco Central Europeo a una política de bajos tipos de interés que inflaron las burbujas inmobiliarias financieras en Europa, incluido también en Alemania y puso en marcha una política de “dumping” laboral que ha destrozado la idea de “estado de bienestar” tal como se conocía hasta entonces.
Con una voladura programada de la estabilidad monetaria en Europa, puesta al servicio de sus necesidades exportadoras, Alemania llegó a la crisis de Lehman Brothers con los flotadores puestos.
Lo que parecía una concesión de Alemania a Europa, el Euro, en realidad se ha demostrado una concesión de Europa a Alemania. Los grandes beneficiados del Euro son los alemanes, aunque ellos pretenden ser los supuestos perdedores.
En el campo político, mientras tanto, Gran Bretaña, siempre a la defensiva con Europa, es decir, con Alemania, ha desandado los pasos dados en dirección a Europa y se ha colocado tan a la periferia que, de facto, puede decir está fuera de la Unión Europea.
Francia ha quedado reducida a una comparsa jactanciosa de su potencia pero ridículamente inferior a su siempre temido vecino. Lo que hubiera sido, sin unificación alemana, una Europa con cinco grandes naciones en un equilibrio bastante homogéneo, La República Federal Alemana, Francia, Gran Bretaña, Italia, España, ha quedado reducida a una potencia y unos cuantos actores secundarios. Felipe González estaba equivocado.
La ampliación desaforada de la Unión Europeo hacia el Este, el apoyo a movimientos secesionistas como Kósovo o Croacia en su día, a punto de entrar, por cierto, en la Unión Europea menos de veinte años después de una guerra civil con sus vecinos, no son más que los hitos de una voladura programada de la verdadera esencia de una Unión Europea fuerte.
En este momento, el centro geográfico de la UE está en un lugar vacío y descampado de Baden Wuttenberg, no en la campiña francesa. Hace unos meses, en una escuela que enseña español en Berlín, los alumnos quisieron ofrecer un pequeño homenaje a Angela Merkel pidiéndole que situara a Berlín en un mapa de Europa sin localizaciones de lugares o ciudades. Se quedaron estupefactos cuando la Canciller de Alemania lo colocó prácticamente en Moscú. Toda una metáfora de que Berlín está más cerca de Moscú que de París o de Bruselas. En Berlín manda una canciller que sabe ruso, pero sólido un inglés rudimentario y nada de francés, que vivió hasta los 35 años en un régimen comunista bajo la tutela de la Unión Soviética.
Y en este momento, la política alemana de Angela Merkel es el único programa europeo de que los mercados pueden estar seguros.
Los fallos, los errores, los pecados de otros países como España con otra historia. Pero, en realidad, “pecata minuta” comparados con la arrogancia alemana.
La última muestra de arrogancia la hemos visto esta semana. Alemania, junto a sus compañeros de la “triple AAA”, Finandia y Holanda, han firmado un documento donde dicen que los bancos españoles no se podrán financiar directamente en el Mecanismo de Rescate: que esos son deudas pasadas y tendrá que asumirlas el Gobierno español, es decir, los contribuyentes españoles. Es decir, “donde dije digo, digo Diego”: los acuerdos de la cumbre de finales de Junio al garete, mientras Merkel recuerda siempre admonitoria que la crisis de confianza de la zona Euro es porque en las cumbres europeas se han tomado decisiones que luego no se cumplen. Se refiere a las que los otros no cumplen, claro.
A Angela Merkel le da igual que todo el ahorro que han hecho los españoles se va por la alcantarilla del pago de intereses. Con su principal arma electoral, el Bundesbank, el saboteador del Euro, se dispone a ganar las próximas elecciones el año que viene.
Para entonces muchos calculan que el Euro ya no será lo que es. Europa tampoco.