Zapatero y la “sociedad amoral” de David Cameron
@Jesús Cacho - 14/07/2008
Sorprendente. “El 63% considera que el Gobierno no sabe hacer frente a la crisis”, decía ayer El País en su portada. Y digo sorprendente porque no encuentro adjetivo más piadoso para calificar el hecho de que el restante 37% de los ciudadanos consultados por Metroscopia para ese diario crean que el Gobierno lo está haciendo muy bien (20%) o digan que no hay crisis (11%). El resto, hasta un 7%, navega en el limbo del “no sabe, no contesta”. Más contundente es el dato de que el 89% de los españoles (nueve de cada diez) considera que la economía española está en crisis, en contra de lo que opina, lo opinaba hasta ayer mismo, el Gobierno de la nación con su presidente al frente. Ahí le duele.
Ya parece una evidencia que la calidad (intelectual y moral) de nuestra clase dirigente ha ido a peor de forma paulatina desde los inicios de la transición. Pasemos por alto el caso de Adolfo Suárez, un falangista capaz de encabezar un cambio tan trascendental como el operado en España en los setenta, y el meteórico episodio de Calvo Sotelo. La experiencia de un tipo de tanto talento natural para la política como Felipe González, acabó en la orgía de corrupción (ahí claudicaron las esperanzas de regeneración de una democracia que nació cargada de cautelas) por todos conocida. Vino después un tipo como José María Aznar, por quien nadie daba un duro a la hora de apostar por él como eventual Presidente, que, tras una legislatura en minoría que se demostró plena de aciertos, terminó por revelarse, tras la mayoría absoluta, como el Aznar que muchos decían que era: un tipo conservador lleno de soberbia y complejos, con alma de generalito franquista, que terminó por arruinar para muchos años las posibilidades de la derecha democrática para seguir modernizando España.
Ambos dos se dedican hoy a hacer dinero de forma bastante indecorosa, al servicio de personajes cuyas virtudes caminan por sendas opuestas a sus fortunas, Murdoch en un caso, Slim en otro, un tipo que, al decir de César Alierta, “no podría entrar en ningún país con reglas de juego claras”. Tras ellos, y en caída libre, llegó al poder un licenciado en Derecho que por todo currículo había dado unas clases en la Facultad de su pueblo, amén de tener el culo pelado de calentar silente sillón en el Congreso durante 17 años. El peor presidente que los españoles podían haber elegido para enfrentarse a la crisis económica galopante que padece el país, cuya intensidad y duración apenas empezamos a conocer. Zapatero es una excentricidad propia de una sociedad rica y opulenta que, aburrida de ganar dinero, decide de pronto apostar por las emociones fuertes. Un radical capaz de ponerse al frente del batallón de derribos del sistema (Estatuto catalán, negociación con ETA, revisionismo histórico), dispuesto a cambiar como un guante, a través de una compleja operación de ingeniería social, el sistema de valores del español medio.
Un personaje absolutamente ignorante de las realidades de la Economía. Decía ayer Benigno Pendás en un excelente artículo en ABC que “Economía y progresismo son conceptos incompatibles en un país desarrollado”. ZP, en efecto, pretende hacer frente a la dureza del ajuste que nos espera -la obligación insoslayable a que se enfrentan los españoles de reconocer que son, que somos, menos ricos de lo que nos creíamos-, con más gasto social. Más igualdad, que ya dijo Churchill que si “el defecto inherente del capitalismo es el reparto desigual del beneficio, el beneficio inherente del socialismo es el reparto equitativo de la miseria”. El insensato que nos gobierna quiere apagar un fuego echando más leña al incendio, lo que retrasará el inevitable ajuste y hará más difícil y tardía la recuperación posterior. Un iluminati sin recursos para enfrentarse desde la Presidencia del Gobierno a la situación económica y social, con paro a mansalva, con la que nos vamos a encontrar a partir de septiembre.
Cierto que no se puede pedir un Nobel en Economía para dirigir un país en crisis, pero sí al menos un tipo sensato que, desde la plataforma que supone contar con una sólida formación de base, sea capaz de elegir a los mejores en su derredor, de rodearse de gente con experiencia y conocimientos suficientes como para gestionar momentos tan complicados como los actuales. Un ZP rodeado de mediocres ha conformado, por el contrario, el peor Gobierno de nuestra democracia para el momento más difícil de nuestra reciente Historia. Abocado a una profunda recesión, España cuenta con el Gobierno peor pertrechado para manejarla. Ese elemento moderador de los dislates monclovitas que ha venido siendo Pedro Solbes, aparece hoy más que nunca como una adenda prescindible, sin peso específico, un tipo superado por la importancia del reto. Una sombra.
Lo peor, con todo, es que Zapatero deshace, porque nada bueno hace, con el beneplácito y la sonrisa cómplice, cuando no el aplauso, de una sociedad civil entregada a una especie de fatalista molicie, que parece haber abdicado de su condición de columna vertebral del sistema, renunciando siquiera a alzar la voz y llamar la atención al villano por sus desafueros. Ese es el drama: que no se advierte en la sociedad española –no digamos ya en el propio PSOE- tensión social, fibra moral para oponerse a esta especie de conjura de necios que encabeza el señor presidente del Gobierno. Se ríen las gracietas, se acepta la estulticia y la impostura del personaje como algo natural, con la resignación de lo inevitable, como se acepta la realidad de la crisis y sus consecuencias.
Salvo excepciones recientes como la del Círculo de Empresarios, ninguna voz se oye capaz de agitar las conciencias. La CEOE vive entregada a resolver, con la ayuda de la propia Moncloa, los problemas por los que atraviesan los negocios de su presidente, mientras la primera fortuna del país, entre lisonja y lisonja a ZP, se ocupa de batir su propio récord de beneficios ante el entusiasmo de los medios de comunicación, que gritan alborozados por la gesta. El poder económico y financiero sigue a la sombra del político, convencido de que, en un país sin límites claros entre lo público y lo privado, el silencio cómplice sigue pagando buenos dividendos. Una sociedad civil, pues, más silente que nunca, sociedad de brazos caídos, incapaz de hacer oír su voz. Como dijo hace unos días el líder conservador británico, David Cameron, en Glasgow, “corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad amoral, donde ya nadie diga la verdad acerca de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es correcto y lo que no”.
Es cierto que algunos dirán que no conviene ser alarmistas, porque el pesimismo no conduce a nada bueno. España ha pasado por épocas tan negras, durante siglos ha superado el trauma de tantos Borbones analfabetos, tan malvados como corruptos, que con mucha más holgura superará la corta estadía en el poder de un piernas elegido democráticamente, que apenas merecerá una nota a pie de página en el libro de la Historia tras su salida del Gobierno. Pero, ojo, conviene no perder la perspectiva de tantos y tantos países que, un día prósperos y ricos y dinámicos, de pronto dejaron de serlo para convertirse en lo contrario, en ejemplo a no imitar, como resultado de la corrupción de sus instituciones, la estulticia de sus gobernantes y el silencio acomodaticio y cómplice de sus ciudadanos.