Esta carta va dirigida a todas aquellas personas que se consideran liberales pero han votado al Partido Popular en las recientes elecciones generales del 20 de noviembre. Algunos de vosotros incluso estaréis afiliados al PP. Muchos habíais creído posible impulsar el liberalismo en (y desde) ese partido y conseguir que los gobernantes populares, a todos los niveles territoriales, aplicaran en general políticas basadas en las ideas liberales.
Estoy convencido de que las decisiones adoptadas por el nuevo gobierno en sus primeros consejos de ministros tienen que haber sido un auténtico mazazo para aquellos liberales que de buena fe habíais apostado por el PP. Tenéis todo el derecho a sentiros estafados y a reconsiderar vuestro apoyo porque habréis comprendido, además, que la política abiertamente antiliberal del PP en economía y en otros muchos terrenos no va a cambiar con el tiempo. Habréis entendido que no es una concesión momentánea al estatalismo.
Muy crédulos tendríais que ser para aceptar el comodín habitual de los gobiernos nuevos: la Pesada Herencia Recibida. O muy ingenuos para no ver que Rajoy y su equipo (en el que no hay un solo liberal) han optado, no por invertir la dirección del anterior gobierno, sino por acelerarla.
A vosotros, hasta ahora confiados seguidores del PP, os habrá dejado boquiabiertos. A mí no me ha sorprendido, aunque sí me ha indignado. Todo tiene una explicación. El Partido Popular ni ha sido nunca ni es actualmente un partido liberal. Tampoco es, como pretende simular, una especie de UCD en la que cabrían por igual, como si tal cosa fuera posible, “liberales, democristianos y socialdemócratas”, en palabras del propio Mariano Rajoy. En esa misma —y tristemente recordada— intervención del congreso de Valencia (junio de 2008), el hoy presidente del Gobierno tuvo la gentileza de invitar a los liberales a marcharse de un partido que, sin embargo, sigue empleando cuando le conviene la etiqueta política “liberal” en sus documentos y en sus posicionamientos públicos.
Rajoy se limitó a poner voz a la propiocepción del PP, a la visión de una amalgama ideológica difusa que constituye su misma esencia. El PP aspiraba desde mucho antes de Valencia, y sigue aspirando en la actualidad, no ya a agrupar de forma armónica a gente con ideas políticas, sociales, culturales y económicas divergentes y con frecuencia contrapuestas, sino, en realidad, a fundir todas esas líneas de pensamiento en una sola. La hibridación ideológica en un gran partido de masas que articule a la mayoría social constituye una obsesión típica de los colectivistas de todo signo. Da forma a los partidos únicos de los regímenes autoritarios, y también a los grandes partidos de “centroizquierda” y de “centroderecha” de las democracias tendentes al bipartidismo.
El PP lleva varias décadas fomentando esa idea imposible de un “centroderecha” o simplemente “centro” unitario, caracterizado por la vaguedad ideológica para esconder las incoherencias. Ha torpedeado una y otra vez todos los intentos de aparición de otros partidos políticos en cualquier punto de la zona —enorme— del espectro ideológico que considera suya, incluyendo el liberalismo. Cuando no ha podido impedir su existencia, los ha fagocitado, como hizo con sus propios coaligados (el democristiano Partido Demócrata Popular, PDP, y el Partido Liberal presidido por José Antonio Segurado) o después con el Centro Democrático y Social (CDS).
El PP no se ha limitado a imponer esa falsa fusión fría ideológica en España, sino que la ha promovido en Europa e internacionalmente. La desnaturalización de la antigua Internacional Demócrata Cristiana con la incorporación del PP y su consiguiente redenominación ampliada como Internacional Demócrata de Centro es una muestra más de esa obsesión. Al PP le molestan todas las etiquetas políticas porque ponen de manifiesto la pluralidad y la contraposición de formas de pensar, y la consiguiente inviabilidad de la amalgama. Ya dijo Soraya Sáenz de Santamaría que no hay que emplear tales etiquetas, que basta con decir que se es del PP. Y entonces, ¿qué es, ideológicamente, el PP? Pues lo que sus dirigentes vayan decidiendo que sea, siempre en función de la coyuntura y de sus intereses. Ni más ni menos.
El híbrido resultante de esa mezcla tan heterogénea es un monstruo de Frankenstein que, en momentos de desencanto generalizado de la izquierda, como el pasado 20-N —y gracias sobre todo a su huelga de votos caídos— puede servir para el marketing electoral, presentando una alternativa aparentemente coherente. Pero, incluso cuando sirve para ganar elecciones, para lo que no puede servir es para desarrollar después políticas específicas, y de ahí la tan criticada falta de concreción de Rajoy durante su larga carrera hacia La Moncloa.
Llegado el momento de gobernar, los artífices de la amalgama ideológica se ven obligados a escoger una u otra línea de acción, y la mezcla de ideas se revela como lo que era: más confusión que fusión, y más cosmética que ética. Un burdo engaño para sumar a todos los posibles electores, desde los liberales a los democristianos y desde los conservadores a los socialdemócratas, ofreciendo a cada uno elementos sueltos que le hicieran pensar que sus ideas iban a ser las que definieran la posterior acción de gobierno.
Una vez sentado a los mandos, el gobierno del PP se ve sometido a la presión de los lobbies, de sus sectores internos, de sus bases y de otras muchas fuerzas. Y en esa contienda, los minoritarios liberales del PP lleváis todas las de perder. De hecho, lleváis perdiendo desde que el congreso de refundación de Alianza Popular, en enero de 1989, diluyó la identidad propia de los liberales coaligados al fusionarlos en el nuevo macropartido.
El mainstream del PP ha conseguido transmitir nítidamente desde hace más de veinte años la idea de que en ese partido los liberales sois muy pocos (lo que es cierto, en proporción a los más de tres cuartos de millón de afiliados del PP) y muy radicales (lo que es falso, porque los liberales del PP soléis ser moderados hasta la exasperación, en comparación con los liberales ajenos a ese partido). La dirección popular también ha logrado que se perciba a su minoría liberal interna como un grupo debidamente controlado y cuyas ideas “extremistas” jamás prosperarán. Parecen tranquilizar a los afiliados y votantes no liberales, y a los más diversos grupos de presión, asegurándoles que “a esos locos los tenemos bien sujetos y sus ideas no van a llevarse a la práctica”.
Amigos liberales: espero que las decisiones del primer gobierno Rajoy hayan hecho caer de una vez la venda de vuestros ojos. Espero que os deis cuenta de lo que habéis hecho, unos militando en el PP y otros simplemente votando a la que sin lugar a dudas es la otra cara del PSOE. Habéis alimentado y llevado al poder a un PSOE bis. Podrá resultaros ofensiva, pero la expresión “PPSOE”, que se ha puesto tan de moda para cuestionar el bipartidismo que padecemos en España, define exactamente esa realidad.
El PP, como el PSOE, es un partido central al sistema que los liberales no derrotistas, los que no nos conformamos con el “mal menor”, combatimos: el Hiperestado. Se caracteriza por unos impuestos altísimos y un endeudamiento insostenible, por la férrea voluntad de control e ingeniería social del Estado y por la usurpación de numerosos ámbitos de actuación de la sociedad civil, desde la educación a la sanidad y desde la cultura a la provisión de servicios básicos.
Si de verdad creíais que el PP podía ser un instrumento para reducir el estatalismo, desengañaos porque el PP, como el PSOE, es Estado. Los partidos políticos deberían ser organizaciones privadas y autofinanciadas que reunieran a quienes comparten una visión de la sociedad, pero estos partidos mastodónticos son meras maquinarias de poder integradas en el sistema.
Si pensabais que el PP bajaría los impuestos, preparaos para seguir tragando subidas. ¿Vais a seguir apostando por el partido que más ha subido los impuestos en nuestra historia, y de forma más lesiva para las clases medias? Ya estamos como Suecia, y ya veréis cómo el IVA no se va a mantener ni siquiera en el 18 % que tanto criticabais desde la oposición, sino que seguirá subiendo. Soraya Sáenz de Santamaría ha anunciado una nueva caza de brujas contra el “fraude fiscal”, junto a la intolerable prohibición de efectuar pagos en efectivo.
Si teníais la esperanza de que un gobierno del PP revirtiera leyes liberticidas como la del tabaco, podéis esperar sentados. Y si suponíais que, con el PP en el poder, la reglamentación de la ley Sinde se quedaría en un cajón por tiempo indefinido, ya podéis irle cambiando el nombre: ley Wert. ¿Estabais seguros de que el PP acabaría con las subvenciones a partidos y sindicatos? Pues apenas ha bajado un 20 % algunas de las que se concede desde la administración central de forma drecta (no las de otras administraciones ni las que nutren a sus fundaciones u ONGs). Mientras, el PP mantiene y aumentará otras muchas subvenciones regaladas con nuestro dinero a organizaciones de todo tipo, y piensa darle una fortuna a la SGAE y a otras entidades de gestión para “compensarlas” por retirar el canon ilegal. ¿Confiabais en la democratización del sistema electoral? Pues ya la han descartado.
¿Creíais que el PP iba a iniciar la transición hacia un sistema de pensiones despolitizado, basado en la capitalización personalizada? Pues nada más llegar al poder ya está utilizando a los pensionistas como moneda de cambio, devolviéndoles unas pocas migajas más del expolio sufrido durante su vida laboral para compensar en algo la impopularidad del resto de las medidas adoptadas. ¿Creíais que el PP iba a sepultar a Keynes de la mano de Luis de Guindos? Pues poco ha tardado este señor en renegar de Hayek. Y todo esto es sólo el principio.
Amigos liberales del PP: todo esto es un despropósito que debería motivar vuestra reflexión. Os invito a identificar las diferencias reales entre el PSOE y el PP real, no el que habíais soñado o idealizado. Veréis que son pocas y superficiales, que son más de estilo o de pose que de fondo. Ambos partidos quieren mantener un Estado enorme para beneficiarse de su gestión, colocando a sus cuadros y jugando a moldear a su capricho la sociedad. Ambos nos hacen trabajar la mitad de nuestro tiempo para pagar todo tipo de tributos al Estado. Ambos desconfían del individuo, de su potencial y de su creatividad, y se creen con derecho a limitar su soberanía personal en aras de entelequias como el interés general.
Creo que los liberales de fuera del PP han cometido muchos errores durante estas décadas, sobre todo por el cortoplacismo y la inconstancia de sus sucesivos proyectos. Pero también hay que reconocer que han estado muy solos porque una buena parte, mayoritaria seguramente, de los liberales españoles se han conformado con el PP. Y ese ha sido un inmenso error histórico que nos diferencia de otros países, donde la identidad de los liberales está claramente expresada en una opción política separada de cualquier otra, y con frecuencia decisiva en la articulación de los gobiernos.
Puedo comprender a quienes cometieron de buena fe ese error, a quienes eran conscientes de que el PP no era un partido liberal pero creyeron que podrían llegar a cambiarlo. Ni comprendo ni puedo disculpar, en cambio, a aquellos otros que han engordado el monstruo a sabiendas de que condenaban al liberalismo al ostracismo político, sin que les importara porque, en el fondo, sólo querían liberalismo en economía, e incluso ahí en dosis reducidas. Hay quienes apoyan al PP y se hacen llamar liberales sólo porque quieren menos impuestos. Pues muy bien: la primera en la frente y les está muy bien empleado. Ahora tienen dos opciones: cambiar de partido o cambiar de etiqueta si les queda un poco de vergüenza.
La tercera opción, cambiar el PP, es inviable. Quienes podían hacerlo, es decir, los dirigentes supuestamente liberales situados en puestos de poder en el PP, ya renunciaron después de Valencia a mover ficha. Guardan silencio desde aquella bofetada sin manos de Rajoy. Los líderes populares que se consideren liberales y estén a disgusto con el rumbo del PP deberían escindirse, pero les faltan agallas y les sobra complicidad y ansia de botín. En estos momentos, una escisión de veinte o treinta diputados liberales frente a las imposiciones socialdemócratas en lo económico y democristianas en lo demás, sería un torpedo en la línea de flotación, no del PP, sino del sistema.
Esa escisión obligaría a Rajoy a gobernar en coalición con ellos durante los próximos cuatro años, acabando con el bipartidismo y con los gobiernos monocolores que sufrimos desde la Transición, y forzando la adopción de presupuestos y políticas auténticamente liberales al menos en economía. Nos incorporaríamos así a la lógica de las democracias europeas, donde los gobiernos monocolores son raros y donde alguna forma de partido liberal suele formar parte del gobierno. Pero todo eso en España es poco menos que política-ficción porque los que podrían hacerlo viven muy cómodos en el PP, no quieren arriesgar sus poltronas y en el fondo no son tan liberales como les gusta decir.
Algunos habréis oído hablar del P-LIB. Somos un partido pequeño y modesto, con muy pocos recursos pero con las ideas muy claras. Estamos empezando y necesitamos incorporar a los liberales de verdad que quieran unirse a este proyecto de muy largo plazo. Quienes estabais en el PP buscando políticas liberales y habéis sufrido un sincero jarro de agua fría al iniciarse la era Rajoy, tenéis en el P-LIB una alternativa fresca y veraz. No nos interesan los muchos liberales de boquilla del PP sino los menos abundantes liberales de verdad que habían recalado en ese partido, como afiliados o simplemente como votantes, porque pensaban que el PP era una alternativa al PSOE, no su otro yo, no la otra cara de una misma y roñosa moneda devaluada.
No engañamos a nadie. Nuestro programa está desarrollado a lo largo de más de ochenta páginas. Es profundamente liberal y nada conservador. No hacemos concesiones a nuestros adversarios porque no creemos que se pueda ser en parte liberal y en parte antiliberal, y porque no nos quedamos sólo con las medidas económicas: no troceamos el liberalismo, somos liberales en todos los ámbitos. Nos abrimos a integrar ideas novedosas, por supuesto, pero siempre en la línea de más libertad y menos Estado, uniendo junto a los liberales clásicos a libertarios, ancaps, liberales radicales y otras corrientes para ser la casa común de todas las familias del liberalismo en evolución.
Reconocemos las corrientes internas, elegimos a nuestro comité ejecutivo en listas abiertas, rechazamos toda subvención estatal y no tenemos prisa por “tocar poder” porque nuestro objetivo, al contrario que los del establishment político español, es reducir ese poder y devolvérselo a cada uno de nosotros, a los individuos. Os invito a considerar nuestra opción. Para ello tenéis a vuestra disposición un test anónimo de afinidad. Pero, sobre todo, leed nuestro programa y decidid si el P-LIB es vuestro partido. Si es así, si vuestra coincidencia es alta, os necesitamos para consolidar en todo el país una fuerza política capaz de plantar cara a los “socialistas de todos los partidos”, como Hayek denominaba a personajes tan estatalistas, keynesianos e intercambiables como Zapatero y Rajoy.
Saludos liberales,
Juan Pina