¿Quién tiene miedo a Mariano Rajoy?
@Federico Quevedo - 19/04/2008
Mi amigo Nicolás Redondo Terreros es un socialdemócrata. Yo no. Yo soy un liberal. Pero mi amigo Nicolás Redondo Terreros –al que no se qué gracia le hará que le cite- no me tiene ningún miedo, ni yo se lo tengo a él. ¿Por qué habría de ser de otra manera? Entre Nicolás Redondo Terreros y yo existen muchas afinidades, y también muchas diferencias, pero somos perfectamente capaces de entendernos en lo fundamental, de compartir algunos objetivos comunes en lo que a las máximas aspiraciones de libertad del individuo se refiere. Y los dos sabemos que sobre la base del miedo, del temor, es imposible construir una democracia avanzada y alcanzar esas cotas de libertad que todos deseamos. Lo sabemos porque hemos vivido –él con mucha más intensidad que yo- la dictadura del miedo en el País Vasco y somos plenamente conscientes de que el voto emitido bajo esas condiciones será legítimo, pero carece de las mínimas garantías democráticas.
El miedo es, sin duda, uno de los mayores enemigos de la libertad y, por lo tanto, de la democracia. Aquel que vota por miedo no es libre. Su voto cuenta como cualquier otro, porque a nadie se le hace un examen antes de depositar su papeleta en la urna, pero en su fuero interno quien vota por 'temor a' debería ser consciente de que está ejerciendo su derecho en condiciones inferiores de libertad que otros. Con todo, el recurso al miedo es bastante habitual, sobre todo en una izquierda radical consciente de que lo necesita para alcanzar sus objetivos. El recurso al miedo forma parte de la tradición estalinista y del fascismo, pero es absolutamente ajeno al liberalismo. Quienes se llaman liberales pero recurren al miedo, mienten. Decía Isaiah Berlin que "los hombres no se dirigen a sí mismos y no son, por tanto, libres cuando su comportamiento es causado por las emociones mal dirigidas, por ejemplo, los miedos", o los odios. Hemos vivido una experiencia reciente en este sentido: la pasada legislatura se fundamentó en esas dos emociones: el miedo y el odio al PP. El trabajo de cualquier liberal que se precie debería ser el de intentar desterrar esas emociones de nuestra convivencia.
No es casualidad que quienes desde los medios de comunicación esgrimen el 'temor a' como una cualidad del candidato temido provengan del activismo bolchevique. Pero lo cierto es que entre las lecciones que cabe extraer del resultado del 9-M está la de que uno de los trabajos esenciales del PP en esta legislatura es, precisamente, combatir ese temor que desde la izquierda se ha incrustado en una parte importante de la sociedad y que ha convertido al PSOE, como dijo Mariano Rajoy en su discurso ante la Junta Directiva de su partido, en el albergue de los recelos que esa parte importante de la sociedad tiene hacia el centro-derecha democrático. Y, desde luego, lo que no parece una estrategia acertada para combatir ese temor es crear más temor o hacer causa del mismo como una virtud. Tal cosa demuestra una preocupante ausencia de juicio y, como diría Hume, "si un hombre tuviese las mejores intenciones del mundo y estuviera apartado en grado sumo de toda injusticia y violencia, nunca lograría hacerse respetar si no tuviera, al menos, una porción moderada de talentos y entendimiento".
Talentos y entendimiento es lo que parece que hace falta en este debate precongresual del PP. Talentos y entendimiento para comprender que la batalla ideológica de nuestros días no se resuelve tanto en el terreno de las políticas como en el de los comportamientos: la diferencia entre un liberal y un no-liberal no se encuentra tanto en los principios ideológicos –las líneas divisorias son muy difusas, y así en Estados Unidos un liberal es un demócrata de izquierdas, y sin embargo en Europa se le sitúa más a la derecha en la medida que la socialdemocracia ocupa el espacio a la izquierda-, como en las actitudes con las que el no-liberal se enfrenta a la idea misma de libertad en contraposición a las del liberal. Volviendo al terreno de la política nacional, el no-liberal –Rodríguez- actúa desde una concepción excluyente del poder y recurre al miedo para evitar perderlo. El liberal –Rajoy- procura el entendimiento y busca que la otra parte respete su derecho a la discrepancia. Si, como decía Berlin, "ser libre es ser capaz de realizar una elección no forzada", el primero –Rodríguez- rechaza esa máxima, y el segundo –Rajoy- la defiende hasta la extenuación.
El PP es, en esencia, un partido liberal, en el sentido de que entiende la libertad como el valor más noble del ser humano. Obviamente, la existencia en sus filas de distintas sensibilidades –como el viernes destacaba acertadamente Cristóbal Montoro-, conservadores, centristas, democristianos, ultraliberales, etcétera, le obliga siempre a definir los parámetros ideológicos en función de las mismas, pero básicamente el liberalismo impregna toda su filosofía. Como tal, por tanto, su mayor anhelo debe ser lograr la aceptación de toda la sociedad, no los votos, entiéndase, sino la aceptación porque una sociedad democrática debe cimentarse sobre los valores de respeto y de disenso, y no de resentimiento y confrontación. Sin embargo, desde algunos púlpitos mediáticos lo que se busca es un liderazgo del PP que genere rechazo en una parte importante de la izquierda, tal y como ha ocurrido en las pasadas elecciones... De ser así, lo más probable es que el PP no consiga nunca superar en votos a su rival. La voluntad de Rajoy, sin embargo, es conseguir que, en efecto, nadie le tema. Y el día que lo consiga, habrá empezado a ganar las elecciones.