El juez Elpidio José Silva Pacheco, Granada, 54, ha recurrido al sistema que los finos llaman ahora crowfunding –lo que toda la vida fue el pedir prestado o el pagar a escote- para conseguir dinero con el que financiar su carrera de emergente estrella de la política europea, tan prometedora ella en estos tiempos revueltos. La receta es tal que así: 15 euros por una camiseta con su nombre; 20 por un autógrafo; 25 por estrecharle la mano en un mitin; 300 por cenar con él, y 500 por asistir a una sesión del Parlamento Europeo (PE) si resulta elegido. Elpidio Delirio Silva está convencido de que su papeleta va a gozar del favor de 3 millones de votos 3, se dice pronto, porque muy serio afirma que dispone de encuestas que le aseguran tan pródiga cosecha, de modo que su entrada en Bruselas por la puerta grande está garantizada. El gran Elpidio ha construido su estrategia desde el convencimiento de que la condición de aforado le blindará de las asechanzas de sus colegas los jueces españoles, empeñados todos, pura envidia, en echar al mar a este nuevo Campeador de la lucha contra los banqueros corrutos. Él cree, y así lo cuenta estos días, que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM), convertido esta semana en plató de televisión basura por obra y gracia de su histriónico comportamiento, pedirá el suplicatorio a Estrasburgo para poder juzgarlo, pero entonces él desplegará ante la Eurocámara la fuerza de las pruebas que posee contra el malvado Blesa, los correos y tal, las fotos con los leones muertos y tal, y su efecto será tan demoledor que el PE no tendrá más remedio que obsequiar a nuestros jueces con una sonora pedorreta. Y a vivir, que son dos días.
“A mí solo me interesa paralizar el juicio un par de semanas; una vez en el Europarlamento me la soplan todos"
“En realidad”, aseguraba este viernes en privado, “a mí solo me interesa paralizar el juicio de Madrid unas cuantas semanas, porque una vez sentado en el Europarlamento me la soplan todos…” Delirio Silva, que se mueve por Madrid con jefa de prensa, se ha sentado esta semana ante el tribunal del TSJM que presidido por un venerable Arturo Beltrán le juzga por prevaricación en el caso del encarcelamiento por partida doble del expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, sin tener competencias para asumir la causa. Simplemente por cojones, y que le vayan dando al Estado de Derecho. Elpidio ha desplegado en la sala toda una panoplia de marrullerías, interrumpiendo, provocando y exigiendo al tribunal lo que él negó a Blesa cuando decidió, convertido en brazo expeditivo de la Ley a lo Torrente, enchironarlo para labrar su fama de juez justiciero. Elpidio ha logrado la suspensión de la vista hasta después de las europeas del 25 de mayo. He aquí un caso palmario de utilización torticera de la Justicia por un profesional de la misma, en una nueva demostración del estado comatoso de una institución tan vital en todo Estado de Derecho, y ello con las cámaras de tv delante.
El fenómeno Elpidio sería inimaginable siquiera en un país como España de no ser por el devastador efecto que sobre la moral pública y sobre el peculio de centenares de miles de modestas familias ha surtido el robo perpetrado en unas Cajas de Ahorros por una autoridad competente que, empezando por el Ministerio de Economía de Solbes y Salgado y siguiendo por el Banco de España del innombrable Fernández Ordóñez, alias MAFO, quiso capitalizar con cargo a los depósitos de los ahorradores a unas entidades en su mayoría quebradas, ello mediante la emisión de las famosas preferentes que luego se demostraron un fiasco. Es la deslumbrante paradoja, o más bien el bochorno, que resulta de constatar lo ocurrido con esos ahorros y la realidad de unos culpables que hasta el momento se han ido de rositas, lo que tiene a tantos españoles con pies en pared, dispuestos en su infinito cabreo a seguir el sendero de migas que trazan flautistas tan poco fiables como el tal Elpidio, gente dispuesta a labrar su propia camino añadiendo desgracia a la miseria ajena.
En contra de lo que es normal en los grandes escándalos económicos USA, aquí no solo no hay nadie en la cárcel, sino que ni siquiera ha sido hallado culpable alguno de lo ocurrido. En este paisaje desolado, Blesa, un hombre ahora desprovisto de apoyos –ha perdido incluso el de Aznar y familia (“Con los pelos que mi padre se ha dejado por ti…”)-, aparece hoy como la víctima propiciatoria, cabeza de turco en la que ejemplarizar el castigo. Rodrigo Rato, el responsable de la salida a Bolsa y de la fusión con Bankia, origen del desastre de Caja Madrid, se guarece tras los muros de los poderosos (Botín, Alierta, Fainé) dispuestos a defenderle como “uno de los nuestros”, mientras José Luis Olivas (Bancaja) está desaparecido en combate, y otro tanto cabe decir, entre otros muchos, de un tipo comoNarcís Serra, responsable de un desastre como el de Catalunya Caixa que ha costado al erario público más de 12.000 millones.
Salvapatrias disfrazados de Robin Hoods
Sabido es que cuando no funcionan las instituciones aparecen los salvapatrias, a menudo disfrazados de Robin Hoods. Como no podía ser de otro modo, el doble encarcelamiento de Blesa ha llenado de pavor las tranquilas noches del establishment patrio. Las nobles gentes del Poder se han sentido amenazadas por los métodos expeditivos de un hombre cuya conducta es imposible de justificar desde un cierto nivel de cultura democrática. “Sabíamos que en cuanto cayera en sus manos un asunto de cierta importancia la iba a armar”, asegura un miembro del CGPJ, “y, en efecto, la ha armado”. Ante el gesto de perplejidad de quien esto suscribe, el aludido se justifica: “es que no podemos hacer nada; lo que hemos hecho ha sido mantenerle apartado de los asuntos mollares todo lo que hemos podido, pero en cuanto se ha hecho con uno la ha armado parda”.
"Estamos ante una nueva demostración del estado comatoso de una institución vital en todo Estado de Derecho"
¿Una mala persona, como opinan algunos? ¿Un hombre que padece algún tipo de desajuste mental, como piensan otros? ¿Ambas cosas a la vez, como creen los más? Quien esto suscribe sospecha, por el contrario, que estamos ante un tipo muy inteligente (esa inteligencia desvergonzada e inhibida capaz de ponerse el mundo por montera) que mentalmente se ha pasado de frenada. Les ahorro el relato de sus hazañas judiciales –que incluyen sanciones y expedientes varios por parte del CGPJ-, de las que podría dar buena cuenta una juez hoy en ejercicio en los juzgados de la Plaza de Castilla de Madrid, que fue compañera de Elpidio en los juzgados de una ciudad andaluza, y que ha decidido guardar silencio por encima de todo. Y por puro miedo. “Al final son tipos narcisistas que terminan por creerse su propio personaje de vengador de desafueros”, sostiene un psicólogo, “que interiorizan la imagen de éxito que les devuelve el espejo de la televisión”.
Y ¿cómo puede ser que la Justicia no disponga de criterios de selección, primero, y de filtros y controles, después, para impedir el ejercicio de la acción jurisdiccional a personas, jueces o fiscales, que eventualmente pudieran no estar en sus cabales? En el CGPJ no tienen respuesta. A los cuerpos de elite de la Administración se accede a través de unas oposiciones muy duras –una media de 5 años de estudio en el caso de jueces y fiscales-, pruebas memorísticas de caballo que en absoluto garantizan el correcto desempeño profesional posterior. "No hay más remedio que introducir reformas en el sistema de acceso a la carrera”, sostiene un magistrado a punto de jubilarse, “porque las actuales oposiciones no incluyen ni un test psicológico ni una simple entrevista personal. Y las prácticas consiguientes, tanto las de jueces en la Escuela Judicial como las de fiscales en el Centro de Estudios Jurídicos valen muy poco: ahí no suspenden a nadie; son una pantomima que ni siquiera sirve para promocionar a los mejores. Si a eso se le añade que una vez en la carrera tienes que cometer una infracción gravísima para que te abran un expediente, cuyo desarrollo, por lo demás, es lentísimo, te explicas la proliferación de Garzones, Elpidios y demás ralea como hoy ofende el trabajo de tantos jueces y fiscales honestos”.
A la política por la utilización torticera de la Justicia
Como ya ocurriera con Baltasar Garzón, también Elpidio ha decidido servirse de la notoriedad lograda con el caso Blesa para dar el salto a la política, desde la que asegura querer librar a los españoles de bancarios y banqueros malvados. El estriptis por él protagonizado esta semana en el TSJM ha servido para advertir a los menos avisados de la catadura de un personaje que, sin embargo, sigue contando con el apoyo de un numeroso club de fans, buena parte de él constituido por esa masa de agraviados con las preferentes demasiado cabreados para distinguir entre el trigo y la paja. La parte más llamativa, y si se quiere más preocupante, de tales apoyos está en esa izquierda progre (¡alucinante la defensa que del juez, suspendido desde el 4 de febrero, hizo el viernes en la SER una talAlmudena Grandes!) y antisistema, al menos de boquilla, tan pujante estos días, que navega entre la nostalgia del igualitarismo soviético y la adhesión a un populismo de brocha gorda y regusto fascista, parapetada hoy en las redes sociales y en toda una retahíla de medios de comunicación que a cara de perro compiten en internet por el espacio de la izquierda radical y que están empeñados en hacer un héroe del sujeto en cuestión.
Elpidio José se ha quitado la careta esta semana para mostrarse tal cual es. Un caradura dispuesto a abusar hasta la náusea del derecho de defensa para lograr suspender un juicio (“Esto es lo que yo quería”) que podía poner en peligro la que considera segura elección como parlamentario europeo. Filibusterismo en estado puro. Inexplicable, por cierto, que la juez Tardón, por mucho que la Asamblea de Caja Madrid -300 personas- tenga poco o nada que ver con el Consejo de Caja Madrid, no se haya abstenido motu proprio de formar parte del tribunal. Para quienes, desde una perspectiva liberal, trabajamos por esa España abierta y democrática, capaz, entre otras muchas cosas, de poner en la cárcel tras un juicio justo a todos los Blesas que en España han sido para desgracia de las Cajas de Ahorro, personajes entre lo pintoresco y lo infamante como el comentado, convertidos hoy en estrellas de los platós televisivos, no son sino excrecencias de un sistema enfermo cuya fase terminal venimos relatando aquí desde hace tiempo, necesitado urgentemente de esa regeneración radical que nuestras elites rehúyen con uñas y dientes.